Es uno de esos presidentes sin los que no se entiende el organismo al que representa. Alfonso Moreno ha tenido la capacidad de integrarse de tal modo en el pálpito del Consejo Nacional de Especialidades en Ciencias de la Salud que ni uno ni otro pueden explicarse en solitario. Es lo que tiene llevar tantos años al frente y, ahora que su mandato parece llegar al final, don Alfonso, con gesto orgulloso de torero triunfador, asegura que ha estado donde ha estado gracias al apoyo de, sobre todo, las comisiones nacionales de las especialidades. Otro ejemplo más de que es mejor el reconocimiento profesional que el político.
Larga y densa está siendo su trayectoria al frente del Consejo, que ya habrá tiempo de juzgar y medir en justicia. Pero ahora sí que es posible identificar una palabra que parece perseguirle en toda aparición o declaración pública y que es muy probable que le sobreviva: troncalidad. En algún momento de este delicado y tumultuoso proceso para modificar el curso del sistema formativo sanitario, Moreno se refirió a la profunda transformación en marcha como una oportunidad de oro. Imagino que la oportunidad era para los estudiantes de Medicina que, abducidos por una repentina fiebre de exploradores, deberían haberse movilizado como los Forty-niners que acudieron en masa a California en busca de un buen puñado de pepitas. Hace casi 200 años, los primeros que llegaron encontraron oro, pero no hubo para todos los que fueron después (muchísimos más). En la troncalidad, nadie ha visto el oro por ninguna parte. Empezando por los estudiantes, que se movilizan para tumbar el real decreto, no para aprovecharlo.
No parece don Alfonso hombre dado a los conflictos y ha tenido más afán en divulgar que en convencer. Sabe que la parte más ardua del cambio ha empezado hace poco, con la aprobación del real decreto, y que sin fondos suficientes, sin tela marinera, no se harán realidad todos sus pronósticos llenos de buena voluntad y mejora teórica. E insiste en recordar que no estamos haciendo otra cosa que adaptarnos a lo que hay en los países de nuestro entorno, cuya troncalidad seguirá siendo más significativa y duradera que la que pretendemos montar aquí.
Tampoco ven oro muchas sociedades científicas en eso de reorganizar la formación para unir competencias comunes en un primer ciclo. Quizá no estén en contra de la troncalidad en sí, sino en cómo se ha plasmado. Y de ahí han salido muchos de los palos que, paciente y comedido, ha ido recibiendo don Alfonso, sin un mal gesto, y siempre con el propósito de encajar para, a continuación, replicar para intentar construir.
Puede que el oro invisible de la troncalidad termine ocultando a este médico humano, al que deslumbra más el alivio que la curación, y apasionado por el medicamento. Jefe de servicio de Farmacología del Clínico San Carlos, su actividad asistencial ha tenido que ceder, por fuerza, el protagonismo a su faceta institucional en el Consejo, y desde hace diez años, a la dichosa troncalidad, cuyo desarrollo está siendo excesivamente lento, también para él. Quizá no haya oro en la troncalidad, en esta troncalidad, pero sí lo hay en el intento por mejorar el sistema formativo de los médicos, en proporcionarle una base de conocimientos comunes muy amplia para sustentar su formación específica. Y este es el propósito con el que Alfonso Moreno va a cerrar su larga etapa en el Consejo de Especialidades. Más que por la defensa de la troncalidad, este hombre bien debiera pasar a la historia de nuestro sector como uno de los profesionales que más tiempo dedicó a tratar de perfeccionar un sistema ya de por sí (casi) perfecto.