Hace pocos días — me abstendré de precisar cuándo — me hallaba
de guardia en Urgencias preguntándome por qué estaba tan vacía. Extrañamente vacía. Inusualmente vacía. Lo habitual (y quien trabaja en cualquier servicio de Atención Primaria lo sabe) es que las salas de espera estén a rebosar, tanto de niños como de adultos. Llenas hasta los topes. Sea la hora que sea. Aquella tarde, sin embargo,
no había ni un alma. Era como si todos los enfermos de la ciudad se hubieran esfumado de golpe.
El misterio no tardó en desvelarse. Y es que caí en la cuenta, despistada de mí, que nos hallamos en
pleno Mundial de fútbol. Y aquella tarde se terciaba un partido particularmente importante. Aquello me invitó a reflexionar, pues no era la primera vez que un fenómeno tal tenía lugar. El fútbol es así. Deja desiertas las puertas del hospital, a excepción, claro está, de aquellos casos de vida o muerte como lo pueden ser infartos de miocardio o accidentes cerebrovasculares. No obstante,
los casos más leves se hallaban ausentes. Curiosamente, con el fútbol, las urgencias se hacían, aparentemente, mucho más llevaderas para los pacientes.
Cada uno de nosotros debería tener unas nociones básicas de prácticamente cualquier disciplina que se precie
|
No me malinterpretéis. Quienes me conozcan saben que soy la principal motivada en
atender pacientes y que, cuando estoy de guardia, me es preferible tener a gente que tratar que pasarme las horas cruzada de brazos. Sin embargo,
me preocupa sobremanera — cada vez más — la falta de educación sanitaria imperante en nuestra sociedad. Y con falta de educación no me refiero a falta de respeto (no en este caso) sino a una desinformación global terriblemente peligrosa. La gente no tiene ni idea de qué es una urgencia. No comprenden cómo utilizar correctamente los
recursos sanitarios.
Es fácil llenarse la boca criticando a esos
“pacientes que vienen por chorradas”. Pero yo no opino así. Creo sinceramente que los pacientes son quienes menos culpa tienen de todo esto. Ellos no han estudiado Medicina. Es perfectamente natural que se preocupen si un resfriado no les cura en dos días, especialmente si les da por curiosear en Internet y les salta el blog de una persona que explica que ella misma se sintió así y acabó siendo cáncer terminal (
todos sabemos lo peligroso de Dr. Google). Es totalmente lícito espantarse por un dolor de cabeza si nadie te ha enumerado los signos de alarma de dicho dolor de cabeza. Y es absolutamente comprensible querer ir al hospital a buscar respuestas, pues cada uno mira por su salud y su bienestar, y en el hospital suelen atenderte prácticamente en el momento sin necesidad de darte cita para varios días después.
Opino que aquí hay que ponerse en los pies del paciente.
¡Y es que están actuando con coherencia! Tienen todo el derecho del mundo a buscar asistencia médica. Pero es perentorio saber que no todos los casos deben atenderse en un hospital, y que muchos pueden estudiarse en el horario de urgencia del médico de cabecera (que los hay), o en los servicios 24 horas de
Atención Primaria.
Esto es, sin embargo,
un arma de doble filo. Si es preocupante que una persona no reconozca cuándo algo puede esperar, más preocupante aún es que alguien piense que lo que padece no es grave cuando sí lo sea. Personalmente, me horrorizo cada vez que un paciente acude con una patología de gran envergadura y declara que
“no había venido antes porque no quería molestar”. Lo he comentado antes y lo repito ahora: todo paciente tiene derecho a pedir ayuda cuando quiera, y todos los médicos tenemos la obligación moral de prestársela. Para eso estamos.
Mi visión es que
se nos educa poco. En los colegios no basta con aprender matemáticas y sintaxis. Siempre he abogado por la polimatía, y creo que es tan importante saber de Arte e Historia como de Economía, Arquitectura o Derecho. Y sobre Medicina se habla muy poco. Casi nadie sabe cómo actuar en casos de precisarse soporte vital avanzado. Muy pocos integrantes de la sociedad saben reconocer qué casos concretos los deberían llevar inmediatamente al hospital.
No es tan difícil aportar esas pinceladas de sabiduría al mundo, y menos difícil aún si se hace desde la infancia. Si todos podemos leer, sumar, restar, multiplicar o dividir, también debería mostrársenos cómo realizar la RCP, qué tipos de dolor torácico son sugestivos de infarto, o cómo sospechar una apendicitis. De este modo, se optimizaría mucho más el uso de los recursos sanitarios, pues las personas tendrían más visos de saber cuándo acudir al hospital y cuándo al ambulatorio.
Muy pocos integrantes de la sociedad saben reconocer qué casos concretos los deberían llevar inmediatamente al hospital
|
También nos facilitarían el trabajo a los sanitarios en caso de que no estuviéramos inmediatamente presentes, como puede ser al darse un accidente automovilístico o cualquier otro tipo de catástrofe. Todo sería más sencillo y los pacientes, que a la larga son lo que más nos importa, saldrían beneficiados.
El resumen de esta reflexión, pues, no es sólo la de defender a los pacientes y a comprender abiertamente sus temores y sus dudas, sino la de invitar a todo el mundo al conocimiento. Cada uno de nosotros debería tener unas nociones básicas de prácticamente cualquier disciplina que se precie, impartidas por profesionales entendidos en el tema. Y,
cuando se trata de salud, no hay que escatimar en absoluto. Se puede saber más. Se debe saber más. Los médicos no somos un grupo cerrado, sino una entidad abierta al exterior. Las personas merecen una salud y una vida digna. Y, para ello, no sólo debe brindárseles una excelente asistencia sanitaria: también una formación plena y completa, a la altura de aquello por lo que luchamos cada día: su bienestar.