No quiero explayarme mucho. De verdad que no. Tampoco deseo perderme en mentiras de la talla de
“Familia es la especialidad perfecta”, como si todo fuera un camino de rosas y los demás campos de la Medicina mera basura. Pero sí que desearía relatar mi experiencia, aprovechando que estos días
el Ministerio de Sanidad está plagado de futuros R1 escogiendo su plaza soñada (o resignándose a lo que queda).
A mí
Familia no me gustaba. Nada, en absoluto. Es más, cuando empecé Medicina, allá por 2008, siempre declaraba que haría cualquier especialidad menos Medicina de Familia. “Viendo resfriados todo el día, menudo desperdicio” comentaba yo. “Tengo muy claro que he de aspirar a algo gordo, como
Cardiología o
Dermatología”.
Hoy puedo decir que,
aunque hubiera obtenido el número 1 del MIR, habría escogido Familia igualmente. Por encima de una especialidad “gorda”. Por encima del prestigio. Y no sólo por sus salidas laborales, que son infinitas (desde Urgencias de hospital, hasta ambulatorio, hasta residencias de ancianos o supermercados, hasta servicios de emergencias y un larguísimo etcétera). También por lo que supone.
Se trata de una especialidad tremendamente completa. Es la base de todo el Sistema Sanitario y, por ende, la más importante. La más importante y, paradójicamente,
la más infravalorada de todas.
¿Por qué ocurre esto?
¿Por qué no se enseña en las Universidades que un médico de cabecera es mucho más que una máquina de hacer recetas? ¿Por qué no se vende mejor como especialidad? ¿Por qué no se le explica a los estudiantes que un médico de familia es uno de los pocos especialistas con opción a una vida tranquila, en una
consulta con pacientes de confianza, a quienes conoce como si se tratara de parientes? ¿Con un horario que les podrá permitir tener tiempo para sí mismos, para viajar o para tener hijos? ¿Por qué no se les cuenta a los estudiantes que en muchos ámbitos, como el Rural, el médico de Familia regresa a casa con regalos de pacientes agradecidos y muchos mensajes positivos a cuestas? ¿Por qué no se les enseña a los estudiantes que, si lo que les gusta es la adrenalina, en Urgencias y en Emergencias cuentan con diversas oportunidades para destacar y salvar vidas de forma directa? ¿Por qué no se les muestra a los estudiantes las incontables
fuentes de investigación y docencia a las que pueden dedicarse? ¿Por qué no se les insiste a los estudiantes que el médico de familia no sabe “un poquito de todo”, sino que se trata de un facultativo que sabe muchísimo de muchísimas cosas?
Creo que
los médicos de Atención Primaria deberíamos dejar de movernos por el mundo sanitario con la cabeza gacha y empezar a ostentar el renombre que merecemos: y es que somos, sin pretensión alguna, los únicos médicos totalmente
indispensables en Medicina. Nuestra presencia resulta absolutamente imprescindible. Un hospital se puede quedar sin neumólogo y no pasaría nada a corto plazo. Por contra, si suprimimos durante un día, qué digo un día, durante unas horas a todos los médicos de familia del país, la pirámide se desmoronaría en cero coma. ¿Por qué?
Porque somos la primera barrera. Somos los principales responsables no sólo del diagnóstico del paciente, sino de su seguimiento. Controlamos a dicho paciente en su totalidad, sea un niño, un adolescente, un adulto o un anciano. Sea su patología aguda o crónica. Orgánica o mental. Siempre estamos ahí. Somos “su médico”. No “el neurólogo”, “el psiquiatra” o “el otorrino”, sino
“SU médico”. Su persona de confianza. Aquel al que acuden en busca de ayuda antes que a cualquier otro. Es un orgullo ser médico de familia. Un orgullo que aún no sabemos lucir como toca.
Y no; no me gustaba Familia. O, más bien,
no me gustaba el concepto que me habían transmitido de lo que era Familia. Pero, conforme pasan los años, comprendo que Familia es, indudablemente, la gran desconocida de las especialidades. La gran desconocida y, a mi criterio, la más bella. Es el médico, en toda su esencia. Un médico que aborda todo lo que puede y más, no sólo en el ámbito puramente científico, sino también en el personal, en el empático, en el humano. Y, si algo me llevó a estudiar Medicina, fue precisamente eso: la
humanidad.