Seguro que algo han leído al respecto: en Silicon Valley se presentó hace poco
Juicero, un exprimidor de fruta realizado por una start up cuya compleja tecnología justificaba su precio: 400 dólares. La realidad es que
la máquina no servía para nada y el zumo se obtenía mejor apretando con la mano las bolsas de concentrado que se vendían con el artilugio… El caso ha sido la
metáfora perfecta de una burbuja tecnológica: expectativas desmesuradas, algo ‘cool’, precio alto, diseño atractivo y buen marketing.
Es sorprendente la facilidad con que
nos dejamos engatusar por “lo moderno”, “lo último” o “lo nunca visto” y, a la vez, lo complejo que resulta en algunos campos hacer de uso generalizado lo que la tecnología sí nos ofrece de verdad. Ocurre, por ejemplo, con las energías alternativas, los sistemas de transporte y, por supuesto, con la salud.
El prolífico analista y profesor del IE Business School Enrique Dans acaba de dar en el clavo en un artículo recién publicado
en su blog: cada vez tenemos
más capacidad para recopilar información sobre salud, pero el proceso se quiebra en el paso siguiente. ¿Quién la interpreta, con qué medios se trasvasa del dispositivo personal al institucional de mi médico y, finalmente, qué puede hacer él para integrar esa información?
Como dice el propio Dans, “lo normal será que nos encontremos o bien con un facultativo
demasiado ocupado (…), o incluso con otros que directamente
considerarán la información irrelevante por provenir de dispositivos posiblemente poco rigurosos”.
Resultado: la relación médico-paciente se basa en la manifestación de la enfermedad, a pesar de disponer de medios para contar con información que, bien gestionada, podría llegar a ser la
primera herramienta de prevención.
Esta visión se complementa y enriquece con la del neurólogo
Ignacio Hernández Medrano, uno de los expertos más destacados en
big data y su aplicación a la salud (además de gran comunicador: habla como tuiteando, con frases rotundas, breves y entendibles hasta para legos en la materia).
En el reciente
Encuentro de Ingeniería Hospitalaria que organizó Sanitaria 2000, Medrano fue contundente al afirmar cosas como:
-
· no hay nada producido por el ser humano que genere tantos datos a diario como la salud
-
· disponer de una inteligencia artificial potente depende solo de tener muchos datos para generar algoritmos que acierten, y la salud es el sector que más genera
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· computacionalmente estamos en el punto de la historia en que la inteligencia artificial diagnostica mejor, un algoritmo ya puede ver mejor cualquier prueba, hace falta un cambio cultural para aceptarlo
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· tecnológicamente estamos preparados para dar el paso, solo falta organización
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· “hace años dije que no consultar la inteligencia artificial sería considerado como mala praxis, y esto cada vez está más cerca”.
En resumen: tenemos la maquinaria que necesitamos, perfectamente engrasada con la cantidad de información que precisa para rodar, y disponemos del conocimiento sobre cómo ponerla en marcha. “
No resta sino batirnos”, que diría el capitán Alatriste.
Sin embargo, las metas que plantea Medrano parecen de ciencia-ficción cuando en el día a día de los sanitarios se revela tan sumamente complicado lograr aplicaciones de la tecnología mucho menos ambiciosas. A raíz de una de las últimas jornadas celebradas por la Asociación de Salud Digital se sucedieron algunos tuits significativos de la
desazón con que se afronta todo esto:
A lo que Chema Cepeda, enfermero y experto en salud digital, añadía:
En la misma línea, Sergi Godía reaccionaba al tuit de @piensaenpositiv en el que se afirmaba que “la transformación digital empieza por cambiar la forma de pensar":
Son muestras, no dominantes pero sí significativas, del sentimiento de desánimo que, junto a las declaraciones bienintencionadas y a las propuestas más motivadoras aparecen siempre en todos estos foros. Parece inevitable porque los problemas siguen siendo los mismos cita tras cita y los obstáculos, también. Pero como apunta Medrano, el
cambio cultural implícito en la apuesta decidida y real por todo ello cada vez está más cerca, e iniciativas como la citada de la Asociación de Salud Digital, o
#sherpas20, o las ya clásicas
Jornadas de e-Salud de Asturias, entre otras muchas, son buen ejemplo de ello. Y aquí sí que hay jugo que sacar.