El investigador y oftalmólogo José Carlos Pastor Jimeno.
Entre Valladolid y Simancas, justo donde
confluyen el Duero y el Pisuerga, una zona que en su momento atrajo a propios y extraños porque, supuestamente, un cocodrilo convirtió aquello en su nido, hay un árbol que hace un tiempo agonizaba.
José Carlos Pastor Jimeno, distinguido oftalmólogo, investigador y ahora profesor emérito de la
Universidad de Valladolid, recorre con frecuencia en bici los algo más de 16 kilómetros que separan su casa del paraje, otrora límite fronterizo en el avance de la Reconquista. “El árbol estaba muy viejo, parecía que incluso muerto, pero ahora
ha empezado a florecer”, explica, y su sonrisa trasciende del hilo telefónico. Va allí en parte para orear la cabeza, en parte para mantenerse activo, en parte como terapia. Tiene 71 años para 72 y padece un
cáncer de próstata con metástasis, pero ello no es óbice para que acuda, fiel, a la habitual cita con el que, por algún inescrutable azar tejido con mimo por la madre naturaleza, ya considera su amigo,
su amigo el árbol.
Hace algo más de un mes, sin embargo, un bache en el camino le impidió presentarse al acostumbrado encuentro casi fraternal durante varias semanas. Lo contó en Twitter el pasado 22 de julio: “He participado en un
ensayo clínico que a mí no me ha funcionado y he tenido un efecto adverso que
casi me mata”.
Pastor, conviene apuntarlo, fundó hace una treintena de años el
Instituto Universitario de Oftalmología Aplicada (IOBA). Compuesto por en torno cien profesionales entre profesores, médicos e investigadores, está considerado referente en investigación oftamológica. Entre sus objetivos se halla
promover la puesta en marcha y la participación en ensayos clínicos, principalmente los basados en tratamientos con
células madre, por mucho que a veces dé miedo enfrentarse a ello. “Si no se hace así, si no existen estos ensayos, no se puede avanzar en la investigación de nuevos fármacos para tratar enfermedades que aún no tienen un
remedio certero.
Los fármacos tienen un proceso de estudio y ensayo clínico que ha de pasar impepinablemente por los pacientes. Es una fase experimental que trata de
cuidar la salud de los afectados hasta los límites posibles”, defiende el oftalmólogo.
Bajo la premisa de que es menester
predicar con el ejemplo, Pastor no dudó en someterse a un tratamiento experimental para poner freno a su cáncer cuando los médicos se lo propusieron. “Mi tumor se había hecho resistente al freno hormonal, y lo que se conseguía, en teoría, con este tratamiento, era llevarlo a su fase inicial para que la terapia hormonal volviera a hacer efecto”. Pero
la cosa no salió bien. Fue precisamente en plena ruta en bici, una de tantas otras ocasiones en las que, como aquella, pedaleaba rumbo al reencuentro con su amigo el
árbol resiliente, cuando se dio cuenta de que algo no iba como debía. “Intenté subir una cuesta y empecé a ahogarme, no podía respirar”, explica. Ingresó en el
Hospital Clínico Universitario de Valladolid, donde había trabajado durante cuarenta años, con el diagnóstico de
neumonía bilateral. “Me habían bajado los leucocitos y los linfocitos, y eso me hizo desarrollar una
inmunodepresión y coger la neumonía”. En concreto, una infección pulmonar por
Pneumoscystis carinii, muy común en su momento entre los enfermos de sida. “El tratamiento para este germen es bastante fuerte. Me produjo una alteración renal y otra del sistema nervioso central. Pasé algunos días completamente obnubilado, hay fases de las que
no tengo ningún recuerdo”, cuenta Pastor de sus días en la UVI, una experiencia que recuerda como
“una pesadilla” a pesar de la “delicadeza extraordinaria” con la que destaca que le trató todo el personal de Enfermería.
José Carlos Pastor, aún ingresado en el Hospital Clínico Universitario de Valladolid.
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La salud del oftalmólogo se vio tan mermada que incluso a su mujer,
Marga, también médico, le dijeron que se preparara para lo peor. Usaron eufemismos, ya se sabe, por esa tendencia a amortiguar o acaso almibarar las malas noticias, pero, para alguien del gremio como ella, eso carecía de efecto atenuante. “Le comentaron que a veces los tratamientos no funcionan bien, y cuando un médico oye cosas así,
sabe bien lo que quieren decir. Lo cierto es que estuve
al borde de la muerte”.
Convencido de la importancia de la medicina de precisión
Por suerte, la situación mejoró y, después de veintidós días de ingreso, los médicos le dieron el alta a Pastor, que ahora ha regresado a un
tratamiento más conservador para su cáncer. Y pese a la mala experiencia, no se arrepiente de la decisión que tomó de someterse al ensayo clínico: “Si mañana me lo ofrecieran otra vez,
lo haría de nuevo”. El oftalmólogo reconoce que cualquier tratamiento novedoso “siempre tiene, de alguna manera,
lados oscuros porque no se conocen todas sus posibilidades”, pero subraya la necesidad y la importancia de que sigan promoviéndose: “Como médico, tengo las ideas muy claras, el camino que me queda ya lo conozco, y cualquier
opción nueva y razonable desarrollada por grandes multinacionales y por médicos expertos como la que he probado es siempre un
motivo de esperanza”. Por eso rompe una lanza a favor de la investigación, del ensayo-error y de la medicina personalizada: “
No existen enfermedades, existen enfermos; no existen cánceres, existe mi cáncer, el de cada uno, con características diferentes. Esa es la base de lo que hoy se llama
medicina de precisión. Hasta ahora se han usado siempre tratamientos generales, pero con enfermedades que no tienen todavía solución es necesario conocer cada caso concreto para atajarlo”.
"No existen enfermedades, existen enfermos, cada uno con características diferentes"
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El deporte, una pasión que le mantiene activo
Todavía recuperándose del susto, José Carlos Pastor sigue hoy
refugiándose en el deporte y en su bicicleta. “Hago mucho ejercicio desde hace mucho tiempo”, afirma con orgullo. En 2022, sin ir más lejos, entre pedalada y pedalada, entre ruta y ruta, hizo
6.500 kilómetros. “Tengo muchos amigos que comparten esta pasión y yo, además, me pongo retos y estímulos”, indica. Cada día un poquito más, unos kilómetros más lejos, despacito y con buena letra, va recuperando la forma y la fuerza que tenía antes de pasar por el hospital. Pese a ello, aún no le da para llegar hasta su amigo el árbol, al que añora. “Tengo ganas de verle y contarle
mis aventuras y desventuras”, escribió en un tuit hace poco.
Pastor alcanzará su meta con los días, a base de paciencia,
rezumante de alegría y empeño como lo está hoy. No en vano, al igual que la hierba siempre encuentra una grieta en el acerado para crecer en libertad,
la vida acaba abriéndose paso ante cualquier obstáculo. Y en este sentido, al igual que muchas veces en otros momentos, en otros días, en otros años, conviene entregarse por vez enésima a los versos del maestro
Machado:
“Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo,
algunas hojas nuevas le han salido”.
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