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Desde que comenzó la pandemia del Covid-19, los mataderos y quienes trabajan en el período de recogida de determinados frutos o plantas han sufrido numerosos brotes de coronavirus. Precisamente, uno de los casos más sonados fue el ocurrido en un matadero de Alemania, en donde se llegaron a contagiar 700 personas. Pero España no está exenta, y prueba de ello son los casos de Binéfar, Lleida, Totana o Algeciras. Sin embargo, estos sectores se han caracterizado por la prevalencia de ciertas enfermedades y que, pese al coronavirus, siguen estando presentes.
En el caso de los temporeros, hablamos de enfermedades como la tuberculosis, el paludismo o la enfermedad de chagas. La mayoría de ellas son patologías que en España están muy controladas o erradicadas, por lo que terminan siendo importadas. Debido a las características del sector, dado que cada año nuestro país recibe a cientos de trabajadores procedentes de otros países (principalmente del norte de África) es donde la incidencia de estas enfermedades es todavía muy alta, como por ejemplo, la citada tuberculosis.
Esta enfermedad tiene una incidencia de 9 personas afectadas por cada 100.000 habitantes, mientras que en países del continente africano este índice puede dispararse hasta los 150 casos por cada 100.000 personas, según explica a Redacción Médica José Manuel Ramos, coordinador del Grupo de Trabajo de Enfermedades Infecciosas de la Sociedad Española de Medicina Interna (SEMI).
Precariedad laboral e incidencia
De hecho, el 30 por ciento de los casos se produce en población extranjera. “Es una enfermedad que puede venir dormida en una persona portadora, y reactivarse debido al estrés o a las condiciones laborales”, sostiene Ramos.
En la misma línea se sitúa Fernando Pérez Escanilla, miembro del grupo de Salud Pública de la Sociedad Española de Medicina General (SEMG), quien argumenta que los temporeros “están en unas condiciones que no son las más adecuadas, con bajos niveles de salubridad en sus propias viviendas”. “Esta gente se aloja en condiciones de precariedad. La habitabilidad no es la adecuada y es gente necesitada del trabajo que asumen lo que sea para sacar un dinero y pasar el invierno o una temporada”, asegura, al tiempo que advierte que “el hacinamiento se ve más en la población inmigrante”.
La situación en los mataderos
En el caso de los matadores, las enfermedades más comunes son las zoonosis, es decir, aquellas que se pueden propagar de animales a humanos, o viceversa. La categoría más común es la de la brucelosis, aunque en este entorno también se pueden detectar brotes de fiebre de malta, carbunco, leptospirosis, tularemia y tuberculosis.
En el caso de la brucelosis, “la zoonosis por antonomasia”, según la define Pérez, es una patología de tipo endoepidémica (esto es una endemia en la que se dan de vez en cuando brotes de la enfermedad), además de considerarse una enfermedad profesional grave e invalidante, pues provoca secuelas importantes: daños cardiacos y articulares, fiebre y hasta la muerte.
El carbunco, la leptospirosis, la tularemia también pueden detectarse en los mataderos, aunque son poco frecuentes. Además, también pueden darse diversas infecciones a través de bacterias y parásitos que se encuentran en el entorno de los animales.
En cualquier caso, la mejor forma de prevenir, recuerda Pérez, es el saneamiento e higienización de las instalaciones, la salubridad de las condiciones en las que se encuentran los animales y exámenes periódicos a los propios empleados.
Por su parte, Ramos recuerda que, en el caso de detectarse un brote, los protocolos de actuación, al tratarse de enfermedades infecciosas, es muy similar. “Se hace un seguimiento de casos y un rastreo de contactos”, sostiene, al tiempo que insiste en que enfermedades como la tuberculosis o la brucelosis son “de declaración obligatoria” para posibilitar su vigilancia.
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