Esta especialista solo compara el horror del 11M con abordar la muerte de menores.
Tan humano es caer en los lugares comunes del dolor como huir de él. No así para Teresa Pacheco, psicóloga del SAMUR “por casualidad”, que no obstante venía de trabajar con enfermos mentales crónicos y en Cruz Roja pero se “enganchó” a este modo de vida donde los protocolos y la planificación pertenecen a un contexto caótico e imprevisible. “Elegimos el trabajo por cómo somos”, asevera. A ella le gusta ese caos controlado “que tiende a las cosas complicadas”. “En las situaciones de crisis, la técnica psicológica es la misma, lo complicado es a lo que te enfrentas”, matiza.
Pacheco es una de los siete psicólogos con los que cuenta la unidad de Urgencias del Ayuntamiento de Madrid. Profesionales que aceptan la cuota “de estar trabajando cuando tus amigos o tu familia están descansando”. Jornadas de 24, 12 o 17 horas. ¿Podrías volver a una consulta de psicología al uso? “Lo veo complicado”. En esas cuatro hipotéticas paredes no existe la chispa que enciende la línea entre la calma doméstica de cualquier país occidental y el horror de un accidente, un atentado, una explosión, un derrumbe o cualquier expresión salvaje de la naturaleza (también del hombre). “He aprendido a valorar esos pequeños momentos por los que antes pasaba de largo”, admite tras repasar durante un segundo, como un trazo grueso pero preciso, la cantidad de veces que ha visto “situaciones en las que la vida de una persona o de varias cambia por completo”.
Las catástrofes íntimas también son un ciclón en una costa habitada. De ellas se compone la mayor parte de su rutina. “Atendemos unos cuatro o cinco avisos diarios, la mayoría por accidentes de tráfico, agresiones sexuales, maltratos, intentos de suicidio o directamente suicidios”, admite en una labor que no termina con la muerte de una persona y la comunicación del deceso a los seres queridos. “Además acudimos al hospital mientras se está interviniendo a la persona, comunicamos a la familia cómo van las cosas, les tranquilizamos, esperamos con ellos”, matiza. Sufrimientos aislados anunciados por las sirenas de los servicios de Emergencias. El 11 de marzo de 2004 también sonaron esas sirenas. Pacheco dormía en su casa, cercana a la estación de Atocha. El ruido se diseminaba por la ciudad cuando casi no había amanecido. Era jueves. El paisaje de la capital de España: lo de siempre y los carteles electorales de unas elecciones generales planificadas para tres días después. “Fue uno de los grandes aprendizajes de mi vida”.
11M: un antes y un después
“Escuché sirenas, pero como vivo en el centro no le di importancia”, explica. Todavía faltaban cinco años para que el ucraniano Jan Koum fundara WhatsApp. Eran los tiempos del SMS. Los que se acumularon en su teléfono cuando lo encendió, requiriéndola en la base de Legazpi a la que pertenecía. “Me fui corriendo para allí y salimos pitando a la estación de El Pozo”, recuerda. Es la que más muertos registró por el atentado terrorista. Sesenta y siete fallecidos en mitad de un caos que pilló a Madrid y a España entera en un laborable sin matices: los trenes atacados iban repletos de trabajadores y estudiantes. “Cuando llegamos, la situación era tal que como psicóloga no había nada que hacer, pero tenía dos manos y me puse a ayudar en lo que hiciera falta”, narra.
Teresa Pacheco, psicóloga del SAMUR, durante la entrevista.
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El punto de inflexión profesional para esta psicóloga llegó en IFEMA, la feria de exposiciones de Madrid, un lugar hecho para el ocio, los congresos y la venta a las afueras de la ciudad que cuenta con una extensión de 200.000 metros cuadrados divididos en doce pabellones. El número seis, el del medio, como ese jueves, se convirtió en un tanatorio improvisado rodeado de pena. Las crónicas de la prensa de aquellos días narraban cómo las azafatas ayudaban a los familiares a buscar un psicólogo. Pacheco estaba allí, experimentando “un río de sentimientos que fluían”. “Una de las cosas más curiosas que nos pasaban es que perdíamos el contacto con la realidad, incluso con necesidades como comer o ir al baño”, rememora. Y como el día en que se nace y los compañeros de trabajo no se eligen, coincidió que una colega cumplía años ese día. “Fue mi conexión con la realidad, acercarme y decirle ‘Feliz cumpleaños’”, afirma avisando una sensación que se intuye en el temblar de su voz: “Todavía me emociono”. Luego llamó a su madre, comió algo, volvió a la tarea, cerró su antes, su después.
“A veces te llevas el dolor a casa”
Existe la idea de que los profesionales sanitarios, por su día a día, aprenden a convivir mejor con catástrofes como las que puede atender un servicio de Emergencias: el dolor, la muerte o la imposibilidad de salvar una vida. Psicólogos como Pacheco admiten que aunque ellos tienen mecanismos para tratar de aislarse, no siempre lo consiguen. “Hay veces que te lo llevas a casa y el problema llega cuando no sabemos soltarlo”, afirma esta profesional. Del mismo modo, advierte que la tendencia de muchos médicos o enfermeras a “crear barreras para aislarse de la realidad” no siempre es la mejor idea. “No es una medida positiva porque nos deshumaniza, y eso no es aconsejable”, asevera la psicóloga, partidaria de expresar los sentimientos.
La marea mediática que empujó a la sociedad española contra el terrorismo es un ruido que amplificó un infierno que Teresa ha vuelto a sentir “cuando transmito la muerte de un niño”. “Me veo reflejada en esa madre”, afirma sin titubear. Ella es de la opinión de que “no hay que cortar con esa emoción”: “Llorar no es malo”. Así de simple. “Si ocurre, podemos tirar de nuestros compañeros, salir un rato, respirar y volver, no pasa nada”, comenta. Peor es lo que se deja atrás: personas que acaban de sufrir un hecho traumático como la muerte de un hijo, el accidente terrible de su esposa, otro antes y después. ¿Hay continuidad en la atención psicológica de estas personas? “España tiene muy buenos profesionales pero nos falta creernos de verdad lo importante que es cuidar la salud mental”, explica Pacheco reconociendo que en algunos casos hacen un breve seguimiento, pero que en realidad resulta complicado hacer algo más porque tampoco es el cometido de su servicio. Supone una visión cercana de cuestiones que podrían pasar por su agenda laboral como simples datos contables que anotar en un cuaderno para que no se pierdan en la desmemoria. Su filosofía de vida, en cambio, tiene más que ver con una frase funcional pero que en estos profesionales adquiere valor: “Somos personas”. ¿Y han vuelto a celebrar el cumpleaños de su compañera? “Claro, y siempre nos acordamos de aquello; podré olvidar muchas fechas menos esa”.
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