Eladio González, presidente de Fedifar
"Si tratas a la gente con respeto, la gente te tratará con respeto a ti". La frase no está sacada de ningún libro que defiende las bondades del karma, aunque podría. El encargado de realizarla es el presidente de la Federación de Distribuidores Farmacéuticos (Fedifar), Eladio González. Asturiano de nacimiento, aunque criado en Barcelona, González compagina su labor, que le ha permitido tener una "nueva perspectiva" del sector con la presidencia de Acofarma. Su intensa actividad no le impide, sin embargo, sacar tiempo para reencontrarse con su verdadera pasión: dispensar medicamentos en su farmacia del humilde barrio mallorquín de Rafal Nou.
¿Qué le queda a usted de asturiano tras criarse en Barcelona?
Pues me queda mucho. Hay una serie de recuerdos y experiencias que van vinculados a mi infancia que, aunque la pasé en su mayor parte en Barcelona, también tiene momentos en Asturias, concretamente en mi pueblo, Luarca. Incluso, por motivos familiares, he estado viviendo hasta dos años en Oviedo.
¿No se encontró nunca con un ‘trasgu’ por aquellas tierras?
(Ríe) No, no. Había lobos en invierno, pero como iba en verano nunca los vi. Sí me quedé muy impresionado por el calamar gigante. En Luarca tenemos, o más bien teníamos, un calamar de unos 15 metros. Cerca de la costa del pueblo hay una fosa abisal y de vez en cuando aparecían cosas raras. De hecho, había un museo en el que se mostraban desde aparejos de pesca para ballenas hasta el calamar de 15 metros que he citado. El problema es que bajaron el museo al puerto, y una marejada se lo llevó, calamar incluido.
Adolescencia y juventud las pasó en Barcelona.
Fue una de las etapas más divertidas de mi vida, particularmente durante la Universidad, en los 70, aunque nunca fui un estudiante brillante. Tengo muchos problemas de concentración y de memoria. De hecho, solo logré una matrícula de honor, y fue en Matemáticas. Sin embargo, en botánica saqué un 5 pelado.
Con todo, sin perder ningún año y estudiando Farmacia después de acabar Biológicas, reconozco que me lo pasé muy bien. Era la época de la modernidad en Barcelona, y de la apertura de España en general. Además, vivía prácticamente solo. Recuerdo amigos, situaciones y muchas experiencias.
¿Cuántas noches de esa época no podrá olvidar?
Hombre, inicios de noche, muchos; finales… algunos menos (se ríe).
El presidente de Fedifar posa con varios 'blister' de medicamentos
durante un momento de la entrevista.
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Acaba la carrera en Barcelona, pero su farmacia la pone en Palma de Mallorca. ¿Qué le llevó al archipiélago balear?
Pues una tormenta. Estaba en una residencia de estudiantes en la que el bar daba a la calle. Caía una tormenta muy fuerte, una auténtica tromba de agua que hizo entrar a dos chicas en el local. Las conocí, y una de ellas se convirtió, más adelante, en mi mujer. Ella es de Palma de Mallorca y decidimos irnos para allá cuando se quedó embarazada de nuestro primer hijo. No teníamos lazos afectivos ni familiares que nos obligaran a quedarnos en Barcelona, aunque también influyó que la calidad de vida es más amable en una ciudad de provincias.
Con todo, el cambio también fue sorprendente. Barcelona es una ciudad que te permite mantener el anonimato. No te conoce prácticamente nadie. En cambio, en un sitio como Palma, cuando quedas ligado a una familia que ha estado allí toda su vida pasas a ser una figura conocida e identificable. Pero me adapté bien. Yo siempre he hecho esquí y equitación, así que cuando llegué allí pensé que tenía que hacer algo de mar. Me hice un curso de navegación y acabé teniendo un pequeño barco, que me llevaba de un sitio a otro.
Tiene su farmacia en Palma de Mallorca, en el barrio de Rafal Nou, de un nivel adquisitivo medio-bajo. ¿Ha vivido allí el lado más asistencial de la botica?
Sí, y llevar una farmacia en un barrio acaba haciendo que te conviertas en referencia para muchas cosas. Por supuesto que hay muchas consultas sanitarias, pero en muchas ocasiones te acabas convirtiendo en la persona de confianza de los pacientes para pedirte favores. Guardo varias anécdotas. En su momento, estuve haciendo jarabe de metadona para drogadictos cuando cambió la legislación y se prohibió dar este producto en inyectable o pastillas.
Las personas que conocía entonces me hicieron aprender muchas cosas. Lo primero que las tratas bien, te van a responder bien. Sobre una en particular me advirtieron, porque había sido muy agresivo en una consulta médica, incluso había sacado un cuchillo. Pero justo con ese paciente alcancé un elevado nivel de respeto mutuo.
Con todo, repito: si algo aprendí de entonces es que cuando tú tratas a la gente con respecto, la gente te trata con respeto a ti. Había situaciones de un cierto riesgo y peligro, pero las sobrellevamos como pudimos, aunque no me encontré en ninguna realmente tensa.
¿Cómo entró en el mundo de las cooperativas farmacéuticas, que es lo que le ha acabado llevando a ser presidente de Acofarma y de Fedifar?
Surgió de una manera muy simple. Yo siempre estuve muy volcado en mi oficina de farmacia, sobre todo los primeros años, para poder financiar la compra. Me pasaba muchas horas allí. En un momento dado me vienen a buscar para participar en una candidatura a unas elecciones colegiales, primero como vocal y luego como secretario. Perdimos por unos diez o doce votos, pero esto me sacó a la escena pública dentro del sector. Al cabo de un mes me vinieron a buscar de nuevo, esta vez para que ocupara un puesto del consejo de administración de una cooperativa. Dije que sí, y al cabo de dos o tres año pasé a ser tesorero. Más adelante se me propuso como presidente. Realmente, son responsabilidades que poco han ido recayendo en mí y que nunca he desechado.
¿Cómo se ven las cosas desde la presidencia de la patronal de la distribución farmacéutica?
Mi visión del sector es mucho más precisa ahora, pero no hay que olvidar que llevaba mucho tiempo como vicepresidente. Con todo, reconozco que hay muchas cosas que cambian desde la óptica de la presidencia. Te obliga a entrar en el detalle de una serie de cosas.
Usted ha vivido una de las crisis más duras para el sector sanitario que se recuerdan. ¿Cómo se ha visto desde la distribución?
La crisis ha supuesto un toque de atención para las empresas y un esfuerzo por parte de las distribuidoras para paliar sus efectos negativos en las oficinas de farmacia, contemplando con flexibilidad determinado tipo de situaciones que afectaban a la economía de las boticas. Sin embargo, lo que no hemos podido hacer, porque tampoco es nuestra función, es hacer de financiadores.
Con toda esta actividas, ¿sigue dispensando medicamentos en su farmacia?
Sí, ya lo creo. Tengo una estructura de trabajo que me permite trabajar en ella los días que estoy en Palma.
Tiene usted dos hijos, uno de ellos farmacéutico. ¿No le acompaña en las dispensaciones?
No, no se dedica a ello. Tiene el don de pintar francamente bien y facilidad para el arte. Empezó a querer exclusivamente dedicarse a ello y ha ido encadenando un encargo detrás de otro, lo cual le permite sobrevivir haciendo lo que le apetece. Su primer encargo serio fue la restauración de los frescos de una iglesia, con un resultado francamente bueno, y ahora sigue con una serie de cuadros y esculturas. Estoy orgulloso de él, aunque hubiera preferido tenerle conmigo en la farmacia, que trabajara en lo que yo he hecho. Pero cada uno es cada uno.
Mala memoria que mejora las relecturas
Cuando se le pregunta por sus preferencias literarias, Eladio González no puede decidirse por un solo título. “Ahora estoy releyendo alguno de los Episodios Nacionales y un libro sobre la esclavitud en México”. Reconoce que su “mala memoria” le ‘ayuda’ en que las relecturas sean más amenas. “Cuando releo a Stendhal me da la impresión de que lo estoy viendo por primera vez”. En cambio, en cine, lo tiene claro se queda con “casi todo el neorrealismo italiano”.
Además tiene otro hijo, periodista, en México.
Está especializado en periodismo económico. Es responsable editorial de Expansión allí, y con anterioridad ya había desarrollado trabajos en ciudades como Estambul. Llegado cierto momento, decidió que estaba cansado de moverse cada cinco o seis meses a un país diferente. Y escogió México para asentarse. Está encantado allí y esperemos que lo siga estando.
¿Qué es más difícil de gobernar: Fedifar o un barco?
(Se ríe) Sin duda Fedifar, es mucho más difícil.
Está claro que usted tiene una gran experiencia en barcos, incluso en regatas clásicas.
Sí, tengo la suerte de tener amigos excelentes que tienen la amabilidad de invitarme a regatear desde hace unos años. El barco es el ‘Analia’, de 1924 si no recuerdo mal, de 24 metros. Me lo paso muy bien por varios motivos: los compañeros, que disfruto de las regatas, el propio barco, que es magnífico…
¿Cómo es el suyo?
Es pequeñito, de 35 pies. Lo más lejos que he llegado navegando ha sido la isla de San Pietro, al sur de Cerdeña, y Malta. En fin, ha cumplido su función. Ya navego menos. Me tengo que agachar mucho, y no me gusta agacharme(sonríe).
¿Se siente a gusto siendo patrón y capitán de su nave?
No me siento a disgusto, más bien. Más que mandar, me gusta sugerir, aunque la labor de dirigir no me resultaincómoda.
También es usted aficionado al esquí. Esta temporada no ha sido la más propicia…
Ha habido poca nieve, pero también he esquiado poco este año por un motivo médico: piedras en el riñón. Digamos que la última gran esquiada la hice en Wisthler, en Canadá, hace dos años. En cualquier caso, no suelo ir a una zona concreta: lo único que pido es que haya nieve.
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