La Revista

El que fuera secretario general de CESM repasa una vida dividida entre la Medicina y el sindicalismo

Carlos Amaya posa en su despacho.


4 jun. 2016 20:00H
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POR CRISTINA ALCALÁ
Desde pequeño, Carlos Amaya siempre tuvo claro quería ser médico. Lo averiguó con tan solo mirar por la ventana de su casa en Madrid y ver a los facultativos salir del hospital de la Cruz Roja. Esta elección profesional le ha llevado por un camino paralelo: el de neurocirujano en La Paz (donde ejerció durante casi 40 años) y representante sindical por otros 16. Amaya ha ostentado cargos de responsabilidad tanto en la Confederación Estatal de Sindicatos Médicos (CESM) como en la Federación Europea de Médicos Asalariados (FEMS, por sus siglas en inglés), donde ha conocido de primera mano qué se cuece en el Sistema Nacional de Salud y ha negociado con sus protagonistas el modo de gestionarlo. Ahora, alejado de ese mundo y ya jubilado, dedica su tiempo libre a enseñar en la universidad y a representar a parte del sector sanitario privado. Y siempre que puede, se escapa con su familia a la que considera su segunda ciudad: Roma.

¿Por qué estudió Medicina?

De pequeño vivía en la madrileña Avenida de la Reina Victoria, enfrente del hospital de la Cruz Roja. Cada vez que me asomaba por la ventana, veía a los médicos y a las enfermeras ir de un lado para otro. Ya por aquel entonces me llamaban la atención y los miraba con admiración.

Amaya, junto a su familia durante uno de sus viajes a Roma.

¿Qué le animó a cursar la especialidad de Neurocirugía?

Siendo aún estudiante de Medicina en el Hospital Clínico, empecé a ayudar en el Servicio de Neurología, pero me di cuenta que este campo no tenía prácticamente tratamientos más allá del quirúrgico. Por eso opté por la Neurocirugía.
Secretario general de CESM durante más de 12 años. ¿Qué le lleva a un médico meterse en un sindicato?
Empecé por amistad. En ese momento, el secretario general del sindicato era otro neurocirujano, Vicente Garcés, y le conocí durante nuestra residencia en La Paz y varias estancias en el extranjero.

¿Le costó entrar en este mundo?

Sí, bastante, porque no quería abandonar mi especialidad, pero me convenció.

¿Cuál ha sido la anécdota más rara que le ha pasado durante estos años?

He vivido muchas, como noches sin dormir, huelgas muy largas, disputas para negociar unas condiciones equilibradas, tensiones, preocupaciones…

¿Y la pelea más dura?

La del año 95. Fue durante la huelga más importante en la que he estado y la más fuerte que ha vivido España.

¿Cómo ha evolucionado el sindicato desde que usted lo dejó en 2008? ¿Cree que ha ido a peor?

No, como la propia profesión médica, las organizaciones sindicales cambian. En estos momentos, la situación sanitaria es diferente. Por ello, el sindicalismo tiene que ser distinto y aportar ideas nuevas al modelo sanitario actual, que es deficitario.

¿CESM está menos reivindicativo? ¿Se está acomodando?

Sí. Pero no solo eso. Ahora que todo el mundo se pone como objetivo ser más transparente, el sindicato debería decirles claramente a los profesionales qué está pasando con la sanidad en España.

¿CESM no es transparente?

Creo que no. No comunica con la claridad con la que debería hacerlo. No se puede hablar de calidad si ha habido recortes y se han reducido los presupuestos.

Hace escasos días, el sindicato ha cambiado su órgano ejecutivo. ¿Cómo valora a Tomás Toranzo como nuevo presidente de CESM?

Todos son amigos míos. Me parecen excelentes compañeros y expertos sindicalistas. Les deseo el mayor de los triunfos en estos cuatro años. Pero lo tienen difícil, ya que, desde el punto de vista de la negociación, la actividad política está parada.

¿Y que repita Francisco Miralles?

Si ha sido elegido por otros cuatros años… Pero es un puesto muy sacrificado, porque uno deja de lado la profesión y la familia, y solo tiene tiempo para el sindicato.

Amyts criticó su “distanciamiento” y “ausencia de colaboración” con el sindicalismo. ¿Le dolieron esas palabras?

Prefiero quedarme con los buenos recuerdos y, por el bien del sindicato y de todos, hacer una valoración positiva de mi paso por allí. En mi opinión, Amyts no me dio el trato que merecía.

Siempre ha sido muy comentadas sus desavenencias con Patricio Martínez. ¿Cómo está la relación con él actualmente?

Cordial, independientemente de las disputas que hemos tenido en el sindicato. De vez en cuando nos vemos y tenemos un trato amigable.

¿Y con Julián Ezquerra?

Menos. No sé si se vio obligado personalmente a tomar la decisión que desencadenó mi salida de la organización, pero lo hizo en una mala fecha: un 15 de agosto y por teléfono. No creo que fuesen ni las formas ni el momento de hacerlo.

La labor docente ocupa en la actualidad el tiempo de Amaya.

¿Volvería al mundo sindical? 

No. He aprendido mucho y no me arrepiento nada de lo que he hecho, a pesar de los errores, pero esa etapa ya ha pasado.

En su última etapa como sindicalista fue vicepresidente primero de FEMS. ¿Qué es lo que más recuerda de aquella época?

A Europa llegamos en 1994 y, desde entonces, CESM ha tenido bastantes cargos en FESM, a pesar de lo complejo que es el mundo europeo para sacar iniciativas y tomar decisiones.

¿Por qué?

Porque, a veces, hasta para poner una coma en un documento te puede llevar dos años.

Siendo líder de CESM, ¿cómo era el contacto con Satse y el CGE?

Bueno. Pero después, y visto desde fuera, uno que ve la relación empeora por cuestiones personales entre sus protagonistas, lo que hace que no haya diálogo entre ambas partes.

Y con el tema de la prescripción, ¿Enfermería ha querido jugar a ser médico?

No lo creo. Las profesiones sanitarias están obligadas a entenderse, dentro de sus competencias, para trabajar en armonía. En este asunto, el problema ha sido llevarlo al marco político y por eso ha acabado como ha acabado.

El próximo ministro de Sanidad: ¿de izquierdas o de derechas?

Siempre me he entendido y me he llevado mejor con los de izquierdas. No obstante, en mi opinión, el mejor y el peor ministro de Sanidad han sido del PSOE: Julián García Vargas y Leire Pajín, respectivamente.

¿Qué opina del último, de Alfonso Alonso?

Que ha pasado sin pena ni gloria. Ha ido tan estirado que, finalmente, no ha hecho nada.

EN CORTO
Libro de cabecera
En mi mesita de noche tengo La Biblia, ‘Confesiones’ de San Agustín e‘Historia de un canalla’, de Julia Navarro.

Película favorita
‘El golpe’.

Canción preferida
‘Lágrimas negras’, de Bebo Valdés y Diego el Cigala.

Ciudad para vivir
Madrid.

Ciudad donde viajar
Roma.

Un personaje en su vida
Mi mujer.

Un protagonista histórico
Alexander Fleming.

Un equipo de fútbol
El Real Madrid.

Un lema vital
Deja vivir para que te dejen vivir.

¿Qué le hace feliz?
El amor.
Además de todo esto, usted ha estado muy vinculado al mundo educativo a través del IE Business School, la Antonio de Nebrija, San Pablo CEU y Acesima. ¿Qué le animó a meterse a profesor?

La experiencia y el conocimiento que puedo transmitir a otras generaciones.

Otra de sus facetas es ser voluntario-asesor en Cáritas y Pastorales Diocesana de la Salud. ¿Qué papel puede jugar un médico en una ONG?

Los recortes durante la crisis y el Real Decreto 16/2012 han afectado a la salud de las personas, a pesar de que nos vendan el logro de la recuperación económica. Y como médico, ayudar a los enfermos en los cuidados y acompañarles es aportar un granito de arena a la sociedad.

Se declara un apasionado de los viajes. ¿Cuál ha sido el destino que más le ha marcado?

Roma, porque siento que es casi la ciudad en la que nací. Cada vez que piso su empedrado, parece que estoy viviendo la Historia de primera mano.

¿Cómo conoció a su mujer?

No fue en el mundo hospitalario, sino que nos presentó un amigo una tarde de domingo. Y como pasa siempre, al principio no te cae bien, pero llevamos 35 años casados (risas).

¿Hay algún profesional sanitario en su familia?

Solo mi mujer que es enfermera. Mis hijos han visto la intensidad con la que su padre ha vivido el mundo de la Medicina y han tirado por otros caminos.
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