Ismael Sánchez. Mérida
José María Vergeles es un gato escaldado que huye de las experiencias de colaboración público-privada y hasta de la nueva gestión, venga de donde venga. El consejero extremeño es un convencido de la gestión clásica, cuya obligada mejora cree que se puede conseguir mediante la participación de los profesionales.
Vergeles, en un momento de la entrevista.
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Mientras esté al frente de la sanidad regional, no habrá rastro de modelos PFI o PPP. Ni tampoco fundaciones, empresas públicas o consorcios. La verdad, nunca hubo síntomas de nada de esto en Extremadura, pero el consejero hace suya la controvertida experiencia en otros lares. Y, por si las moscas, está dispuesto a legislar con contundencia.
Es un posicionamiento eminentemente político y Vergeles, que es médico de familia, no lo oculta. Que en una sanidad como la extremeña, con apenas atractivo para la iniciativa privada, la autoridad competente decida blindar el sistema público ante cualquier (e improbable) cambio es más una proclama que una medida de efecto inmediato. Vergeles lo sabe, pero no por ello deja de hacerlo y amplificarlo. Porque es un convencido de que en la sanidad también hay política, y que a su partido, el PSOE, le han votado entre otras cosas porque es capaz de legislar sobre sus principios ideológicos: como el que la sanidad debe ser pública por encima de todas las cosas que, en el fondo, es decir que debe gestionarse al modo clásico.
Si en su mano estuviera, Vergeles derogaría la Ley 15/1997, de nuevas fórmulas de gestión, aprobada con los votos socialistas junto a los del gobernante PP, en pleno mandato del ministro Romay. Ninguna experiencia de las habidas desde entonces -y eso que ha habido unas cuantas, y en muy diversas autonomías, algunas de ellas tan socialistas como Andalucía- le vale para intentar mejorar la gestión clásica. En realidad, esas tentativas son las que, a su juicio, han puesto en peligro el sistema y son las que le han terminado por escaldar, a él y a gran parte de la sanidad.
De político a político, Vergeles carga sin dudarlo contra su antecesor Hernández Carrón y su equipo. Habla sin inmutarse de quiebra económica del SES, de olvido sistemático de los profesionales, de listas de espera desbordadas, de recortes sin paragón en el Sistema Nacional de Salud y de presupuestos mentirosos. Toda una herencia, vamos. Como si el paréntesis de Gobierno del PP en una tierra tradicionalmente socialista hubiese sido poco más o menos que un mal sueño.
Y es que si la sanidad extremeña ha sido un punto de obligatorio detenimiento para los observadores sanitarios, lo ha sido en gran parte a los socialistas y, por encima de todos, al exconsejero y hoy presidente Fernández Vara. Vergeles no se siente intimidado por tan altísima ascendencia y, muy al contrario, la considera una ventaja esencial en su nuevo cometido porque “es mejor contar con un presidente al que no hace falta explicarle qué es la sanidad”.
El reconocimiento debe de ser recíproco porque Fernández Vara no ha tenido reparo en encomendarle la Sanidad y las Políticas Sociales, en las que se incluye también la Vivienda. Otro hecho que le sirve a Vergeles para reivindicar su capacidad para ejercer el gobierno, no importa que se conozca la materia atribuida. Todo lo contrario que, otra vez, su antecesor, cuyo problema no habría sido tanto el no estar familiarizado con la sanidad como su incapacidad para gestionar y decidir con criterio. Simple y llanamente.
En realidad, Vergeles es un gato escaldado que mantiene en plena forma esa capacidad tan felina de replicar y, llegado el momento, tomar la iniciativa. Y, encima, con siete vidas.
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