Una niña ante un lago.
La toxicidad asociada a los
químicos sintéticos puede acarrear
consecuencias a largo plazo. Aunque la
exposición a este tipo de sustancias, presentes en
pesticidas domésticos o productos de limpieza, se produzca durante la infancia, las consecuencias pueden emerger a la superficie en cualquier "etapa de la vida", aumentando el riesgo de padecer
asma, obesidad, diabetes, enfermedades cardiovasculares, trastornos neurológicos o incluso cáncer. De hecho, son varias las investigaciones que ligan estos compuestos con las enfermedades no transmisibles, principal causa de muerte en la edad pediátrica, tal y como recalcan desde el el Consorcio para la Salud Ambiental Infantil a la hora de solicitar un tratado mundial vinculante que endurezca el control de este tipo de productos.
Basado en el pacto mundial sobre plásticos que negocia en estos momentos la ONU y con el auspicio de
Naciones Unidas, dicho acuerdo internacional podría "hacer frente a la creciente crisis mundial de la contaminación química y al empeoramiento de sus efectos sobre la
salud infantil" a ojos de la institución. Para este tratado, es necesario que se establezca un "organismo científico-normativo permanente e independiente" formado por científicos y médicos destacados y sin conflictos de intereses, que den una "orientación adecuada". Especialmente, en países como Estados Unidos, donde solo el 20 por ciento de los productos químicos sintéticos se somete a controles exhaustivos, a diferencia de la Unión Europea, con una "legislación sobre
sustancias químicas aparentemente más rigurosa", al exigir al menos algún tipo de análisis de
toxicidad de las nuevas sustancias antes de su comercialización.
Distintos estudios realizados a lo largo del tiempo han demostrado que incluso las exposiciones breves y de bajo nivel a sustancias químicas tóxicas durante los primeros años de vida, en los que los pacientes son mucho más vulnerables que en la etapa adulta, pueden generar un mayor riesgo de enfermedad y discapacidad en los niños. Sin embargo, aunque algunas consecuencias, como los
defectos anatómicos congénitos, son evidentes en el momento del nacimiento o cerca de él, otras tienen un efecto retardado y aparecen en la adolescencia o la edad adulta, como alteraciones en el
desarrollo sexual o la
reducción de la fertilidad, aunque también incrementa las posibilidades de padecer asma, obesidad, diabetes, enfermedades cardiovasculares,
trastornos neurológicos y
cáncer a lo largo de la vida.
La fabricación de este tipo de productos químicos sintética se ha multiplicado por 50 desde 1950 y actualmente aumenta alrededor de un 3 por ciento al año, lo que podría llegar a triplicar la cifra en 2050. No es casualidad, tal y como señalan los expertos de este organismo en el artículo '
Productos químicos manufacturados y salud infantil: la necesidad de una nueva ley', que, de forma paralela, en el último medio siglo, también hayan aumentado "considerablemente" las tasas de este tipo de
enfermedades no transmisibles, con un incremento del 35 por ciento en los casos de cáncer pediátrico y trastornos de neurodesarrollo en 1 de cada 6 menores. Además, los defectos congénitos reproductivos masculinos se han duplicado, la
prevalencia del asma pediátrica se ha triplicado y la obesidad infantil casi ha cuadruplicado su prevalencia, prrovocando un fuerte aumento de la
diabetes tipo 2 entre niños y adolescentes.
Reducción del coeficiente intelectual
La exposición generalizada de los niños a una sustancia química tóxica puede, no solo, dañar la
salud de los menore sino que también puede afectar a la viabilidad económica y la seguridad de toda una sociedad, tal y como recalca el artículo publicado en
The New England Journal of Medicine. Como ejemplo, la gasolina enriquecida con
tetraetilo de plomo en
Estados Unidos, que provocó una contaminación ambiental del aire a causa del plomo y que repercutió directamente en el coeficiente intelectual medio de los niños estadounidenses, según el estudio. La publicación subraya que el número de niños con
coeficiente intelectual superior a 130 puntos disminuyó en más de un 50 por ciento y el número de niños con un cociente intelectual inferior a 70 aumentó en la misma proporción porcentual.
En este sentido, la institución propugna la necesidad de demostrar mediante pruebas
rigurosas e independientes que el químico que se pretende sacar al mercado no sea
tóxico, especialmente para los niños. Además, los autores también recomiendan que las comercializadoras realicen una vigilancia posterior para
detectar efectos adversos a largo plazo.
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