Carlos Amaya, en los estudios de Televisión de Sanitaria 2000, empresa editora de Redacción Médica.
Los médicos españoles todavía recelan de que otros profesionales intercedan en su campo de conocimiento. Por eso, aún no han asimilado la integración hospitalaria de los ingenieros especializados. Sin embargo, el auge de la Biología Molecular y de la Genética augura un futuro indiscutible a estos profesionales en los centros asistenciales, todo ello en opinión de Carlos Amaya, neurólogo y médico con una trayectoria sindicalista muy reconocida tanto en España como en Europa. Su conocimiento de primera mano de la actividad hospitalaria y del colectivo médico hace muy valiosa su visión personal del ingeniero en ese contexto.
La relación médico-ingeniero: una realidad palpable.
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A partir de la experiencia que atesora como médico, ¿cómo ha evolucionado, en su opinión, la figura del ingeniero en la sanidad española?
En mi vida profesional en activo como médico, he tenido la experiencia de vivir la evolución de lo que ha sido el profesional de la Ingeniería y de otras profesiones, como la propia arquitectura dentro de los hospitales, en concreto en España. De tener un papel, diríamos, de mantenimiento y de logística y de estar poco apreciado o valorado en el conjunto del hospital, ha pasado a desarrollarse de forma espectacular en los últimos 15 años.
El ingeniero en el hospital, en estos momentos, se puede considerar como una profesión imprescindible, no solo en el mantenimiento, que consideraría, de hecho, como un papel accesorio dentro de lo que es el propio hospital. Entendiendo el hospital como una estructura compartimentada aunque integrada y bastante compleja, el ingeniero, junto con otras profesiones como el propio arquitecto, ha hecho un diseño mucho más adaptado a las propias necesidades del paciente pensando en él y en los profesionales.
¿Por ejemplo?
Un ejemplo son las estructuras diseñadas para separar la circulación de unos y otros en los centros, algo importantísimo en un hospital. Todo eso requiere un orden establecido y un orden muy importante dentro de lo que es la propia estructura del centro.
Y eso, que parece una cosa fácil, pues no es tal, es decir, requiere establecer un orden para que las cosas vayan por su debido camino, a su debido tiempo, y no se mezclen unas cosas con otras. Creo que eso parece sencillo cuando uno ve una maqueta de un hospital y reflexiona: “Bueno, he visto cómo funciona”; pues ese galimatías que parece fácil, en realidad no lo es, y requiere establecer un orden.
¿Qué tendencia arquitectónica se impone en los hospitales?
Sabemos que se ha avanzado de una estructura vertical a otra mucho más horizontal y adaptada a las nuevas necesidades. Las consultas y determinados servicios de tratamiento (por ejemplo, la rehabilitación) conforman la vía de acceso al hospital más importante. Al mismo tiempo, la plataforma para el diagnóstico terapéutico se focaliza en la planta baja, en tanto que más arriba, o en instalaciones anexas en todo caso, se ubican la zona de hospitalización, cirugía mayor ambulatoria y cuidados intensivos, entre otras.
¿Existe, hoy, un superávit de edificios hospitalarios en España?
Sí. Debemos diferenciar, de todos modos, entre el conjunto de hospitales, públicos y privados, del Sistema Nacional de Salud, y las condiciones en las que se encuentra cada uno de ellos. No se trata de hablar del número de camas o de quirófanos; no se trata de hablar del número de resonancias y de la alta tecnología de que están dotados, sino de saber en qué condiciones se encuentra todo eso, lo cual requiere llevar a cabo un estudio de situación.
El patrimonio hospitalario y la cronicidad.
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De hecho nosotros, en un determinado momento, lo hemos intentado y lo hemos actualizado; hace un par de años o tres, se hizo una propuesta al propio Ministerio de Sanidad y a otros sugiriéndoles una especia de Plan Renove para los hospitales.
¿Quién llevó a cabo tal propuesta?
Esa propuesta se hizo a través de varias personas relevantes del sector sanitario y de la arquitectura de la salud en particular como Antonio Burgueño, Alfonso Casares, Reinaldo Ruiz Yébenes, Justo Isasi y yo mismo.
Elaboramos un plan-proyecto importante que se presentó incluso al Ministerio de Fomento con conocimiento de su propia titular en ese momento de fomento, Ana Pastor, y gustó. Otra cosa, como pasa siempre, es que no prosperase debido a la falta de financiación.
¿Cuándo se dio a conocer a Pastor el proyecto?
Hará unos tres años. En España, como sabe, en los años 2000 han proliferado tanto los hospitales como su dotación tecnológica, y eso es un esfuerzo que debemos agradecer a diferentes colectivos, entre ellos el de ingenieros. Creo que aportaron muchísima tecnología y muchísimo diseño y cosas nuevas que permitieron poner en práctica la cantidad de hospitales que hay en este momento en funcionamiento.
¿Es del todo nueva esta figura?
Bueno, yo recuerdo, hace unos 40 años, a un médico del Departamento de Traumatología de La Paz de Madrid, Claudio Hernández, que operaba más bien poco pero, a cambio, dedicaba mucho tiempo a diseñar prótesis, por ejemplo. Ahí radica en parte el origen, a mi entender, de la integración progresiva en los hospitales de los ingenieros. Ahora toca hacerlos convivir con los médicos, cosa que me parece muy bien.
El paciente genera la necesidad que cubre el médico pero también el ingeniero; de hecho, hoy proliferan las noticias que anuncias innovaciones en el campo de las prótesis o incluso de la neuroestimulación, por poner dos ejemplos que resultaban imposibles hace solo unos años.
Carlos Amaya denuncia la reticencia del colectivo médico a los nuevos profesionales.
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Si a eso le añadimos las posibilidades de la Ingeniería Genética, el campo de aplicaciones que se abre resulta enorme. Auguro un papel muy importante a los bioingenieros en la Medicina del futuro.
¿Ha recibido de buen grado el médico al ingeniero?
El médico especialista debe comprender que el ingeniero es importante. Y esto lo digo a partir de mi experiencia como neurólogo en el hospital. Lo cierto es que los médicos no terminamos de asumir el papel del ingeniero, el hecho de que debe formar parte del equipo asistencial. A veces los médicos somos bastante reacios a la incorporación de nuevos profesionales en el campo de la Medicina. Establecemos ciertas barreras a compartir conocimiento en la solución de determinados problemas médicos.
Por otra parte, los profesionales de la Medicina padecemos cierta endogamia y mostramos poca amabilidad hacia el sistema. Uno acaba la carrera, hace el MIR y se mete en un hospital y de ahí, prácticamente, no sale. Se muestra reacio a compartir conocimiento en congresos o por medio de internet o incluso a veces con otros hospitales ubicados en su misma comunidad autónoma. Esa falta de movilidad y de conocimiento compartido lo arrastra al estancamiento a la hora de establecer un flujo de comunicación y de relación con otros profesionales.
¿Cómo rompería esa barrera de los médicos?
Es que hablo de algo que se ve, ante todo, en España. Creo que, en otros países incluso de Europa, ese problema no existe. No sé si se trata del propio sistema sanitario o de un defecto adquirido a lo largo del tiempo.
Por mi parte, he vivido lo que digo. Incluso me he movido de un hospital a otro dentro de la propia estructura hospitalaria y he estado en sitios muy diferentes, pero debo de ser raro en el conjunto de los compañeros de la especialidad.
Todo ello conduce a un problema en la proyección de las competencias. Es decir, cada uno fijas las suyas sin dar pie a una flexibilidad y elasticidad a la hora de compartir conocimientos y funciones.
¿Desplazarán los ingenieros a los médicos en el hospital del futuro?
Lo que es indudable es que crecerá la demanda de ingenieros en los hospitales. En España y con vistas al futuro, creo con firmeza en lo que antes he comentado acerca del patrimonio tecnológico y de infraestructuras que existe en este momento. En ese contexto, el ingeniero va a ser muy necesario.
¿Por qué razón?
Porque esa tecnología, entre otras cosas, necesita ser renovada; además, no se trata solo de mantener un equipo tecnológico de última generación, sino también de adaptar el área en el que va a ubicar.
Por otra parte, y al hilo de su pregunta, ciertamente ya hay estudiantes de Bioingeniería que hacen prácticas en los hospitales junto con los médicos internos residentes (MIR)… Quien se ha de beneficiar de toda esta comunión, en todo caso, es el paciente.
Para Amaya, el patromonio hospitalario del SNS garantiza la demanda de ingenieros.
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¿Ha perdido humanismo el hospital con las nuevas tecnologías?
En estos momentos –y lo digo, una vez más, por experiencia propia– echo en falta la humanización e incluso el mero buen trato en general en el sistema sanitario público.
Pero eso no se debe vincular a la alta tecnología, es decir, no me refiero a que, entre médico y paciente, se interponga la pantalla del ordenador. Lo que sucede es que es la sociedad, en su conjunto, la que ha cambiado.
¿A qué se debe ese cambio a peor?
No lo sé. Pero el desarrollo de la tecnología es algo bueno, en todo caso. Sin embargo, hay que establecer un vínculo de relación y de confianza que solo se consigue con el buen trato, el uso de la palabra, la profesión del cariño y muchísimas otras cosas que, hoy por hoy, se manifiestan de otra manera.
Se avecina la era de los enfermos crónicos, más vale que eso cambiara…
Esto requiere una reconversión: hacer un plan adecuado de necesidades como se ha hecho y se hace en otros países; hacer un estudio a demanda, demográfico, que indique hacia dónde vamos, qué cuidados vamos a necesitar… y, a partir de eso, establecer las necesidades y el plan por seguir. Un planning de hospitales, camas, quirófanos y tecnología en base a esa demanda.
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