4 feb. 2014 17:56H
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Redacción. Madrid
Las caídas en la población anciana son un problema de salud pública. El riesgo de caer, y hacerlo más veces, aumenta con la edad, y de forma más acentuada en la mujer. Además, de los mayores que se caen aproximadamente la mitad volverá a sufrir una caída en el siguiente año.
“Estudios epidemiológicos estiman que una de cada tres personas mayores de 65 años se cae al menos una vez al año”, ha explicado Carmen Pablos, geriatra del Hospital de Salamanca. “De estos, entre el 1 y el 5 por ciento presenta lesiones graves como fracturas y otras complicaciones psicológicas, sociales y económicas de mayor envergadura”. Estas cifras aumentan hasta un 35 por ciento en mayores de 75 años y un 50 por ciento en octogenarios y nonagenarios. Sin embargo, según ha señalado la Sociedad Española de Medicina Geriátrica (Semeg) en un comunicado, los datos disponibles sobre el número de caídas son siempre inferiores a la realidad, por lo que representa una patología geriátrica infradiagnosticada.
Aproximadamente el 90 por ciento de fracturas de cadera, antebrazo y pelvis tienen como antecedente una caída. Por su morbimortalidad y la repercusión funcional que conlleva, la fractura de cadera es la más importante en la población anciana. Otras consecuencias comunes son contusiones, heridas, traumatismos craneoencefálicos, costales y abdominales.
“Muchas veces nos olvidamos, por un lado, de las secuelas que se derivan de la estancia prolongada en el suelo tras la caída (hipotermia, deshidratación, etcétera) y de la inmovilidad secundaria (contracturas, rigidez, úlceras por presión, trombosis, estreñimiento…)”, ha señalado Pablos. Además, no se deben pasar por alto las consecuencias socioeconómicas de las caídas: suponen mayor número de visitas al médico, a los Servicios de Urgencias, más ingresos hospitalarios, demanda de cuidadores familiares o externos y posiblemente una institucionalización de la persona.
Además, al impacto físico y económico hay que sumar el psicológico. Tal y como describe la geriatra “el miedo a caerse de nuevo y la pérdida de confianza pueden producir un deterioro funcional que se traduce en una disminución de la marcha, limitación para la realización de actividades básicas e instrumentales de la vida diaria y, en definitiva, de una pérdida de autonomía que aumenta la probabilidad de institucionalización del paciente”.
Las caídas suelen ser indicativo de otras enfermedades subyacentes, casi siempre patologías infecciosas del sistema respiratorio o urinario, y descompensaciones de patología cardiorrespiratoria. Además existen patologías crónicas que facilitan las caídas en los ancianos. La patología cardiovascular (trastornos del ritmo, valvulopatías, síncopes), neurológica-psiquiátrica (enfermedad cerebrovascular, enfermedad de Parkinson, trastornos extrapiramidales secundarios, deterioro cognitivo, demencias, síndrome ansioso-depresivo), osteomuscular (artrosis, osteoporosis, patología pie), patología sensorial múltiple (patología ocular, vestibular y propioceptiva), sistémica (infecciones, patología endocrinometabólica), etc.
Los factores ambientales suelen agravar los factores intrínsecos. En ocasiones el suelo del domicilio es irregular, el anciano no lleva un calzado con buena sujeción, la vivienda tiene poca luz y faltan asideros en el cuarto de baño. Fuera de casa, el pavimento puede estar defectuoso, los transportes públicos sin adaptar o los semáforos con escasa duración.
Prevención
Según la SEMEG, la prevención es una labor de concienciación individual y colectiva. Las personas mayores deben ser conscientes de que hay profesionales sanitarios entrenados en este tipo de problemas que pueden aconsejarles y disminuir en gran medida el riesgo de sufrir caías o el impacto de sus consecuencias si ya ha ocurrido, deben contar su problema como hacen con el resto de las patologías.
“Los familiares tienen que aprender a respetar la autonomía de los ancianos y apoyarles en su toma de decisiones y reforzarles positivamente. Nunca debemos recriminar las caídas o adoptar una actitud paternalista o sobreprotectora. El mejor consejo es buscar una solución y enseñarle a corregir las ideas preconcebidas para que no vuelva a producirse”, concluye la doctora.
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