Hace años, escuché a una mujer muy influyente en el ámbito de la calidad sanitaria que “un problema es un tesoro”, refiriéndose a que toda empresa de éxito analiza sus problemas y reclamaciones como una gran oportunidad de mejora asumiendo el valor de estas situaciones, aunque no les gusten, diferenciándose de aquellas que simplemente prefieren “taparlas y olvidarlas”.
Y decía “por eso, cuando mi marido me llama tesoro, tengo algunas dudas sobre a qué se está refiriendo”. Y también tenía razón porque igualmente “un tesoro es un problema” aunque no lo creamos. El conocido “si me toca la primitiva pffff”, refleja ese sueño de que un tesoro nos permitirá llevar 'una vida muelle' alejada de problemas. Me temo que es una idea errónea como lo pone de manifiesto que el 70 por ciento de las personas que reciben un premio millonario en quinielas o loterías o el 50 por ciento de los deportistas retirados, a los 10 años lo han perdido todo, cuando no están arruinados (datos de Estados Unidos). La realidad es que si tienes un tesoro o lo cuidas, y te complicas la vida, o lo pierdes.
Nuestro sistema sanitario público es un tesoro. Por tanto, tenemos un bendito problema al que dedicar esfuerzos y acierto porque si no lo hacemos bien, lo perderemos. Además, por sus características, debemos ser todos, no basta con unas pocas personas o estamentos. Y por todos me refiero a pacientes, profesionales, políticos, gestores, etc. Nadie puede quedar fuera de ese compromiso. No se trata de opinar lo mismo, esperemos que nunca pase eso, sino de que aprendamos a ver el bien común por encima del personal, llevando, entre todos, la nave en la misma dirección y eso, me temo, cada vez es más infrecuente.
Hace muchos años, decía Antonio Gala en una memorable conferencia sobre los 10 problemas del sida que uno ellos era “y mejor que yo lo sabéis vosotros, que hoy día puede que haya más gente viviendo del sida que gente muriendo del sida”. Maravillosa lección que tengo presente en mi trabajo, y transmito, porque la realidad es que cada vez más anteponemos nuestro beneficio sobre la mejora global del sistema como si nos importara más meter muchos goles que ganar el partido.
No se trata de renunciar a nuestros intereses. Todo lo contrario, no somos una institución de voluntariado ni de caridad y flaco favor le haríamos al sistema si no defendiéramos los intereses propios. Pero cuando los anteponemos a los globales, lo estamos hundiendo. Es legítimo vivir del sida pero sin olvidar que nuestro objetivo principal es que no muera nadie del sida. Sinceramente, creo que esta situación se está dando cada vez más y, para mí, el principal torpedo que tenemos en nuestra línea de flotación y no la falta de instalaciones, aparatos, profesionales, etc. que son necesarias, pero que poco aportarán sin este compromiso colectivo previo.
Me contó hace tiempo una magnífica jefe de servicio que había recibido una nota de sus adjuntos en la que le solicitaban que adoptara varias medidas “para mejorar la calidad de la atención a los pacientes” y después de analizarla, les contestó que realmente todas, lo que mejoraban, era la calidad de vida de los adjuntos y no la de los pacientes. Y con el mismo espíritu crítico me hablaba de lo buenos que eran sus adjuntos y, por tanto, que dicha nota no era malintencionada sino que se sorprendía de cómo íbamos perdiendo la capacidad de distinguir entre el bien común y el propio. Creo que fue un diagnóstico acertado de una enfermedad crónica grave que, a largo plazo, muy a largo plazo porque el sistema tiene muchas fortalezas, puede acabar con su vida.
El tratamiento no requiere dinero, por eso es más difícil de corregir pero, también por eso, es importante empezar cuanto antes. Como nos enseñan los expertos en calidad de nada valen sistemas de seguridad o nuevas herramientas si no cambiamos los malos hábitos previos. Apliquémonos y el sistema nos lo agradecerá.