Hace unas semanas publicaba Rafael Bengoa, uno de los mejores cerebros sanitarios españoles en mucho tiempo, una tribuna en el diario EL PAÍS titulada ¿Una sanidad para ricos y otra para pobres? con cuyos postulados es difícil no identificarse a poco que se observe la realidad diaria de nuestro Sistema Nacional de Salud. Analizaba cómo a lo largo de la pandemia, la sanidad pública resistió lo mejor que pudo las embestidas del virus, gracias en gran medida al enorme esfuerzo de los sanitarios, pero a costa de muchos destrozos que tardarán en cicatrizar. En este apartado podemos incluir desde el desgaste físico y psicológico de los profesionales de primera línea a las numerosas patologías no urgentes que han dejado de atenderse desde hace más de un año y que se suman a la tradicional desproporción oferta-demanda del sistema público con la consiguiente generación de interminables listas de espera para intervenciones, consultas o pruebas diagnósticas.

El resultado perfectamente previsible ha sido y es la huida progresiva de buena parte de quienes pueden permitírselo por su posición económica y social hacia las aseguradoras privadas, un sector que según los datos que se van conociendo, ha crecido claramente en cuanto al número de pólizas durante el pasado año. El ejemplo de la vicepresidenta Carmen Calvo ingresando en un conocido hospital privado madrileño para ser tratada de su infección por Covid en las primeras fases de la pandemia vale más que varias campañas publicitarias.

"El progresivo estado de anemia de la sanidad pública española nos está abocando a una sanidad de dos velocidades [...] una 'latino-americanización del Sistema Nacional de Salud'"



Evidentemente nada hay que objetar a quien decide optar por el sector privado, casi siempre como complemento del público, que sigue siendo el preferido para tratar un problema grave, pero lo que si es realmente grave es que el progresivo estado de anemia de nuestro Sistema Nacional de Salud, al que no parece que nadie esté dispuesto a poner solución, nos esté abocando a una sanidad a dos velocidades, según quien se la pueda permitir. Es algo que he tenido ocasión de observar en multitud de países de todo el mundo y al que una gran economista de la salud como Beatriz López Valcárcel ha denominado “latino-americanización del Sistema Nacional de Salud”.

El futuro de la sanidad española


Porque lo que está claro es que ni por parte del gobierno central ni de la mayoría de los autonómicos, se aprecia signo alguno de que la sanidad pase a ser una prioridad. Pasados los tiempos de los aplausos, llegan en muchas comunidades los ceses de contratos sin que conste que se haya reforzado para nada la dotación de personal ni por supuesto se haya invertido significativamente en otras partidas. La parte de los fondos europeos destinada a sanidad tan solo representa un 1,5% del total, unos 300 millones€/año que para poco servirán aunque se publiciten a bombo y platillo como gran inversión en tecnología, y nada hace pensar que la coyuntura económica que se avecina vaya a permitir grandes dispendios adicionales en este sector.

Pero es que si desde el punto de vista cuantitativo, poco se puede esperar, desde el cualitativo no andamos mucho mejor. Nuestros dirigentes sanitarios, casi nunca muy sobrados de imaginación, han adoptado con entusiasmo la filosofía de lo que el genial Quino ponía en boca de Mafalda: “Lo urgente no nos deja ver lo importante”. Es como si no hubiera nada fuera del Covid y del corto plazo. No se ve a nadie capaz de levantar la cabeza y mirar al futuro

"Nos acercamos progresivamente a una sanidad de calidad para quien se la pueda pagar y una de beneficencia para el resto. Aún estamos a tiempo de plantear batalla para que no ocurra"



Con estas perspectivas, no resulta fácil ser optimista sobre el futuro de nuestro Sistema Nacional de Salud. Bengoa propone ante la ausencia de liderazgo ni de perspectivas de renovación de arriba abajo, una dinámica que partiera desde la base, aprovechando en gran manera el impulso de autoorganización generado como respuesta a la pandemia, tanto en el ámbito de los recursos humanos, gestión proactiva de pacientes, consultas por internet y reorganización en suma del sistema guiado por los profesionales y al menos con el apoyo tácito o expreso de la administración.

Personalmente no me siento muy optimista ante estas perspectivas, pero habrá que mantener la esperanza porque de seguir en esta línea nos podemos encontrar en unos años con que nuestros recuerdos de un sistema público, universal y de calidad para todos se acabarán perdiendo “como lágrimas en la lluvia” y nos acercaremos progresivamente a una sanidad de calidad para quien se la pueda pagar y una de beneficencia para el resto. Aún estamos a tiempo de plantear batalla para que no ocurra.