Recientemente aparecía en
Redacción Médica un interesante reportaje sobre la opinión de un grupo de médicos acerca de si volverían a estudiar la carrera, con todo lo que ello implica, si tuvieran la ocasión de volver atrás. Lo encabezaba la rotunda afirmación de una de las encuestadas:
"No volvería a estudiar Medicina desde cero ni aunque me paguen". También se han publicado los resultados de una encuesta entre los lectores de esta publicación, en la que nada menos que
el 54% de los médicos afirmaron que no repetirían la carrera.
El artículo me hizo pensar cual hubiera sido mi respuesta si me hubieran planteado esta cuestión, algo que de alguna manera me han preguntado en diversas ocasiones a lo largo de mi vida profesional cuando se han interesado por
las razones que me llevaron a estudiar medicina. Evidentemente se trata de contestar una cuestión imposible porque ni la historia ni la vida tienen marcha atrás, pero este ejercicio mental puede ser de utilidad para valorar cómo nos ha ido en la vida y lo acertado o no de determinadas decisiones que han marcado nuestra trayectoria.
En pocas profesiones como la medicina y la enfermería, con el evidente hilo conductor de cuidar a los demás, se ha dicho y escrito tanto sobre la necesidad una
vocación definida para iniciar la carrera, acabarla y después ejercerla. Seguro que ha sido, es y será así para muchos colegas, quizás la mayoría, pero desde luego reconozco que
no fue mi caso. Llegué a la universidad a los 16 años y a esa edad, decir que había elegido medicina por vocación suena a broma. Tampoco tenía antecedentes familiares cercanos como un buen número de compañeros. De hecho, fui el primero de mi familia que pisó la universidad y cursó una carrera y salvo por un pariente internista con el que tenía un trato bastante distante, no disponía de un modelo de referencia. Fue más bien una cuestión de pragmatismo, pensando lo que yo creía que se me iba a dar mejor y descartando las carreras técnicas porque, aunque me gustaban las matemáticas, por entonces se requerían unas dotes para el dibujo lineal de las que yo carecía por completo. Hoy día con la informática todo habría sido distinto y quien sabe lo que habría escogido.
La evolución de la Medicina: ¿es aún una buena carrera?
Otro de los encuestados pronunciaba un párrafo cargado de realidad:
“Hace 50 años ser médico era “otro rollo”, y hace 25 todavía era un “buen negocio”. “Ahora todos apuntamos hacia la privada. Los institutos se caen a pedazos y la explotación laboral impera. Yo no haría la carrera. No por falta de amor, sino por estrategia; hay mejores”. Efectivamente, hace 50 años, más o menos cuando acabé la universidad y comenzaba la residencia, el papel del médico y la visión que del mismo tenía la sociedad eran radicalmente distintos. Los ya establecidos como adjuntos y no digamos los jefes de servicio y los catedráticos estaban en un
nivel de consideración social y profesional francamente elevado, desde luego nada que ver con la situación actual. Incluso desde el punto de vista económico, aunque el sueldo de los residentes no era para tirar cohetes, el poder adquisitivo que representaba permitía vivir bastante dignamente e incluso aventurarse en el piso y la hipoteca. En estas mismas líneas analizamos no hace mucho los
errores cometidos en este tiempo, tanto propios como de los políticos, que han conducido a la poco edificante situación actual, que no creo necesario describir aquí .
"El trato continuado con el enfermo grave, sobre todo los crónicamente graves, [...] a los que llegas a conocer en lo más íntimo, compartiendo sus problemas y en muchos casos su muerte, resulta mentalmente una carga muy difícil de llevar".
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Ninguno de mis dos hijos ha optado por la medicina como carrera, probablemente influidos por la experiencia de sus padres y los no menos de 10-11 años necesarios de estudio, que después se perpetúan de por vida, y la verdad es que siempre he alabado su decisión. La medicina es una profesión dura, muy sacrificada y al menos aquí y ahora, mal pagada y peor reconocida para la gran mayoría del colectivo médico.
Durante mi periodo hospitalario he llegado a superar las 100 horas en una semana durante el periodo veraniego (entonces no se libraban las guardias) y desde luego no era una excepción. Por otro lado, el trato continuado con el enfermo grave, sobre todo los crónicamente graves como los pacientes en diálisis o los trasplantados de entonces, a los que llegas a conocer en lo más íntimo, compartiendo sus problemas y en muchos casos su muerte, resulta mentalmente una carga muy difícil de llevar en un buen número de especialidades y que además es acumulativa.
El sacrificio y el burnout en la profesión médica
En estas condiciones, no es extraño que el
“burnout” esté a la orden del día. Se acaba de publicar en una revista de alto impacto un estudio de la Sociedad Española de Trasplante Hepático (SETH) sobre una
encuesta a cerca de 500 profesionales relacionados con estos trasplantes, clínicos, cirujanos, anestesiólogos e intensivistas. Nada menos que el 78% refirieron “algún signo” de burnout, y un 46% expresaron que no se veían dentro de 5 años implicados en los trasplantes, siendo los principales motivos aducidos la c
onciliación familiar y calidad de vida, así como el factor económico. Si esto es así en una actividad que muchos consideran de élite, y solo para algunos privilegiados, definitivamente no vamos bien.
Oportunidades y flexibilidad en la carrera médica
Una ventaja importante de la medicina respecto a otras carreras es su plasticidad. Por un lado, es posible optar a numerosas especialidades y subespecialidades muy diferentes entre sí, hasta encontrar la que más se adecúe a nuestras capacidades, algunas alejadas del trato con el enfermo que es lo que frena a muchos de los que optaron por esta carrera y descubrieron tarde lo que ello implicaba. A su vez la complejidad creciente de los sistemas sanitarios hace que se demanden
cada vez más médicos fuera de los hospitales y los centros de salud, como en la industria, centros de investigación, administraciones sanitarias o incluso en la política. Esta es una ventaja importante porque permite válvulas de escape temporales o definitivas cuando la realidad no se adecúa a las expectativas. Mi propia trayectoria profesional me ha hecho ver que se puede ser útil a la sociedad y alcanzar satisfacciones profesionales desde lugares muy diversos y tanto dentro como fuera del hospital o del centro de salud.
En definitiva, el camino de los médicos y por extensión de otras profesiones sanitarias suele ser de todo menos fácil y por mucho que nos guste lo que hacemos y mucha vocación que se tenga, inevitablemente se van a vivir momentos difíciles con ganas de tirar la toalla. De hecho, la pandemia de Covid 19 marcó un máximo de esta tendencia en todo el mundo y en todos los profesionales sanitarios. Pese a todo y poniendo los pros y los contras en una balanza debo decir que, mirando hacia atrás,
al menos yo sí: VOLVERÍA A ESTUDIAR MEDICINA. ¡Ha merecido la pena!