Esta frase de
Paulo Coelho, “No tenía miedo a las dificultades: lo que le asustaba era la obligación de tener que escoger un camino. Escoger un camino significaba abandonar otros”, define bien a lo que se enfrentan estos días los que deben hacer frente a una decisión que marcará su vida profesional,
qué especialidad hacer, algo que marcará tu futuro y que, en la mayoría de los casos, no tiene vuelta atrás.
Hace un año, en esta misma tribuna, publicaba mi opinión sobre la formación sanitaria especializada en un artículo titulado
“Formación médica especializada. ¿Es hora de cambio?”, en el que me pronunciaba sobre
el modelo de formación especializada. Rescato de forma literal algunas de las cosas que decía y que, un año después, siguen estando vigentes:
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“¡El primero elige dermatología, cirugía plástica o cardiología!; se agotan las plazas de tal o cual especialidad; ¡sale el gordo! ¡un número menos de 100 elige medicina de familia!; se van agotando las plazas…quedan solo medicina de familia, preventiva, trabajo, medicina nuclear, anatomía patológica, microbiología, inmunología, bioquímica, análisis clínico, neurofisiología…lo de siempre. La historia se repite año tras año y todos somos conscientes de que hay especialidades que se eligen con gusto y las hay que se hace por obligación”
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“Hasta ahora, la entrada al Sistema se hace mediante un modelo en el que hay una prelación que se obtiene por el “número” de orden obtenido valorando dos variables, el expediente académico y la nota del examen. Con este número de orden es con el que optas a la elección de plazas de todas las especialidades. Aquí es dónde se podría plantear un cambio importante, derivado de la necesidad de formar a miles de médicos de familia. ¿Sería razonable hacer dos exámenes diferentes? ¿Sabiendo que el número de plazas ofertadas para medicina de familia es tan alto, merece la pena un examen propio? ¿Si tengo claro que quiero hacer medicina de familia, tengo que “competir” con quien quiere ser neurólogo, por ejemplo? Estas y otras muchas preguntas se deberían plantear.”
En esta ocasión me atrevo a poner sobre la mesa algunas ideas que seguro son objeto de controversia, incluso de rechazo por parte de muchos compañeros. Lo primero que quiero decir es, a buen seguro, una pregunta que muchos nos hacemos y que pocos lo hacen público. No es otra que la de si
¿realmente eres médico de familia por elección o por obligación? ¿Lo eres por no haber obtenido número en el MIR para hacer otra especialidad o porque teniéndolo la has elegido? He conocido en mi trayectoria profesional a muchos médicos de familia, unos muy vocacionales y a los que sin duda les gustaba la especialidad,
otros que eran especialistas frustrados de otras especialidades.
La especialidad en
medicina de familia, confieso que nunca me ha gustado este nombre, que me parece más cercano a la realidad la denominación de médico general o médico de cabecera, es, sin duda alguna,
la especialidad, repito y no me canso de decirlo, si especialidad, más cercana al paciente, más completa y compleja, una especialidad tan extensa que abarca toda la medicina, desde la pediatría a la geriatría, desde las más variadas especialidades llamadas “médicas” hasta las quirúrgicas y médico-quirúrgicas, psiquiatría y también obstetricia y ginecología, todo en su justo término y con las limitaciones que tú mismo y, en demasiadas ocasiones, el sistema te impone.
Ese médico que te acompaña en tu infancia y adolescencia, que te ayuda en la vida adulta, te hace ese imprescindible acompañamiento en la senectud, en el final de la vida, que te acompaña en la muerte y te ayuda a bien morir, que te ayuda cuando tienes una urgencia, una necesidad de apoyo en salud mental, en cualquiera de tus necesidades asistenciales, que lo mismo te infiltra un hombro doloroso que te pone una férula de yeso, te sutura una herida o te extirpa un quiste sebáceo, lleva un embarazo normal o realiza
el programa de diagnóstico precoz del cáncer de mama o de cérvix, un “todólogo” de verdad. Pero es además una especialidad que tiene entre sus funciones algo básico que hay que prestigiar y potenciar, la salud pública, la salud comunitaria, la educación para la salud, esas funciones que dan también nombre a la especialidad, medicina familiar y comunitaria.
Es bien conocido
el problema de falta de médicos especialistas en medicina familiar y comunitaria, que cada año es más evidente que faltan profesionales, que en los próximos 5-10 años podemos vivir un cambio de modelo asistencial, no por ser lo deseado precisamente, más bien por la escasez de especialistas que den soporte a la siempre manida frase de que la atención primaria (en esto sería destacable también el problema de pediatría) es la base del sistema. Una mentira que se repetirá mil veces, pero que, en contra de lo que decía Göbbels, “una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad”, en esta ocasión
no será nunca una realidad si no se cambian radicalmente las cosas.
Los que estos días deben elegir especialidad,
que piensen que la de medicina de familia es una más, no es una especialidad menor ni de segunda división, no es la que ejerce de “secretaria del especialista hospitalario”, lo es tanto o más que aquellas que “levitan” por los pasillos, que depende de ellos hacerse fuertes, creerse que son tan importantes o más para los pacientes, que tienen la capacidad para legitimarse como base del sistema. Y sentir ese orgullo de pertenencia a la especialidad, hay que decir que
“a mucha honra, soy especialista en medicina familiar y comunitaria”.