“¿Y usted me pregunta qué opino que está ocurriendo? Pues en mi opinión es bastante evidente. La naturaleza nos está mandando una alerta roja, y yo creo que vamos a tener que tomar en serio la advertencia, antes de que sea demasiado tarde”. La Señal (2009), Raymond Khoury.

La crisis del COVID-19 nos está haciendo ponernos en alerta sanitaria. Una alerta que debemos afrontar con rigurosidad, coherencia, tranquilidad a la vez que proactividad, intentar estar siempre un paso por delante, prevención, mucha prevención y ante todo profesionalidad en su dirección. De esto último no me cabe ninguna duda y tenemos al Dr. Simón a los mandos de la situación; un profesional que conoce su función, que es buen comunicador y al que, con buen criterio, los políticos han dejado como imagen visible y portavoz.

Creo que, desde el punto de vista de abordaje político y profesional, la situación está bajo un cierto control desde el Ministerio y la Salud Pública. Se toman decisiones diarias, tras analizar la evolución de la situación, reuniones constantes sobre seguimiento puntual de afectados, contactos, adecuación de protocolos, información clara de forma constante y pública. De esto, nada que cuestionar.

A mí lo que me preocupa especialmente es la situación de los profesionales, los que debemos hacer frente a la crisis en la primera línea de batalla. Soy médico y hablo de médicos, pero podría ser lo mismo en relación a otros profesionales de primera línea.

¿Qué está pasando con los médicos? Somos los que tenemos el primer contacto clínico con los pacientes. Ya sean los Médicos de Familia, rara vez en este caso los Pediatras de Atención Primaria, los Médicos de Urgencia Extrahospitalaria y los de Urgencias Hospitalarias, estamos en permanente exposición. La situación actual va más allá de lo que hacemos en caso de cualquier otra enfermedad infecciosa, por ejemplo y como mas frecuente y cercana, la gripe. Todo lo que requiere de protección especial -utilizar los EPI- es una situación de especial riesgo.


"A diferencia de la gripe, en la que nos enfrentamos a una infección estacional, que sabemos cuándo y cómo llega, que tiene vacuna, y de la que tenemos sobrada experiencia, en el caso del COVID-19, todo son incógnitas"


A diferencia de la gripe, en la que nos enfrentamos a una infección estacional, que sabemos cuándo y cómo llega, que tiene vacuna, y de la que tenemos sobrada experiencia, en el caso del COVID-19, todo son incógnitas. Desde cuando está entre nosotros, cómo ha llegado, trasmisión, incubación, ha venido para quedarse o será pasajera, se comportará como otras viriasis o no, qué capacidad de expandirse tiene, qué medidas se deben implementar, cuál es su tasa de infección, letalidad, necesidad de cuidados críticos, hospitalizaciones, etc. Muchas incógnitas que resolver. Pero sí tenemos una certeza, y es que para hacerle frente se necesitan profesionales en número suficiente, formados, con criterios claros de actuación, protocolos ágiles y adecuados. Y en esto es en lo que me siento más preocupado.

Partimos de un sistema que ya está al límite, en el que la presión asistencial es elevada y que está generando importantes y ya endémicas listas de espera. La presión que está ocasionando la crisis del COVID-19 recae en los sistemas ya de por sí mas tensionados y desbordados. Las consultas de Atención Primaria, los dispositivos de urgencias extrahospitalarias y los de urgencias hospitalarias ya viven de forma permanente en el borde del abismo. Consultas desbordadas, con escaso tiempo para asistencia, dispositivos de urgencias extrahospitalarias con carencias crónicas de profesionales y hospitales en los que la urgencia está siempre al límite. En estas condiciones nos llega una crisis que genera inquietud entre profesionales y pacientes. No hay experiencia previa, salvo lo que sabemos de sus inicios en China, la situación en Italia y lo que está sucediendo ya en España. Desde luego, está claro que se necesitan profesionales, que somos un bien escaso y que cuando se produce una situación de crisis, se nos impiden permisos y reuniones formativas. Primera muestra de que temen que seamos afectados por el COVID-19, las bajas, aislamientos preventivos, etc. Somos pocos y cualquier ausencia en época de crisis y tensión del sistema nos deja con las ‘vergüenzas’ al aire.

Ahora toca arrimar el hombro, estar unidos, hacer una labor conjunta profesionales, dirigentes de Salud Pública, y hasta políticos. Superar esta situación es lo prioritario, pero dejando anotado para después algunas labores y reflexiones, tales como ¿somos suficientes? ¿necesitamos mas inversión en Sanidad? ¿los facultativos beberíamos ser reconocidos como profesión de riesgo y con ello asumir consecuencias como derecho a jubilación anticipada, flexible, peligrosidad, nocturnidad, etc.? Ahí lo dejo, pero no lo olvido. Volveremos a ello tras superar algo que tenemos enfrente y que estoy seguro que haremos gracias al esfuerzo de nuestros profesionales. Seguro que la “alerta roja”, la terminamos por convertir en una alerta superada. Espero que aprendamos de todo esto, que se entienda que los profesionales somos necesarios, imprescindibles diría yo. Que estas situaciones las sacan adelante quienes saben de ello, que no son otros que los profesionales de trinchera, no los “gestores y políticos”, que juegan en esto su papel, pero secundario.

Y, para terminar, que se acuerden también de nosotros cuando todo este se supere y volvamos a la normalidad. Somos personal a “reconocer” también cuando no está en alerta roja, pero sí en alerta permanente.