Leo en esta misma publicación que la presidenta Díaz Ayuso proyecta enarbolar la reforma sanitaria como estandarte de su campaña en las elecciones siguientes. Hace unos días oí por radio a un señor, que entendí ser candidato del Partido Socialista, expresar una preocupación preferente por la sanidad y, ¡pásmense!, ¡por las esperas!
¿Qué ha sucedido? ¿Han abierto los museos y se han escapado los dinosaurios? Los que en su día (y hace ya muchos días) nos agrupábamos en torno a la preocupación por el incremento de las listas de espera somos hoy cadáveres ambulantes, como ésos que siembran el pánico en las películas de terror tontas. Creo que fueron pioneras en el innovador tratamiento que tienen hoy los problemas graves, y que no consiste en solucionarlos sino sustituirlos en el descontento popular por otros que den más miedo.
La señora Ayuso se convirtió en ciclón por su gallardía en sacarle los dientes al Gobierno en un momento en que todo el mundo, político o de a pie, suplicaba por su salud y estaba dispuesto a hacer lo que el gobierno ordenase. El mismo gobierno que meses antes abrió la puerta al virus asesino y, para rechazarlo, nos encerró a los demás en casa. Cada uno sufrió lo suyo pero pocos alcanzaron unos niveles de angustia, mortandad e impotencia como los de Madrid.
Mi primera crónica sobre el coronavirus se tituló 'Sacrificar Madrid', inmolarnos a todos los madrileños y llevarse nuestros recursos para reforzar a otros, ya que eran tan insuficientes que ni la impotencia ni la mortandad se paliaron hasta que abrió el Hospital Enfermera Isabel Zendal, obra de grandes sacrificios y tiempo récord, sobre la que además se vertió baba más tonta aún que los muertos vivientes.
Han pasados muchos días, demasiados para un pueblo que nunca se distinguió por su memoria. La epidemia está superada, los muertos incinerados y pelillos a la mar. Los nuevos dirigentes se preocupan por cosas (que sin duda son dignas de preocupación): la lucha contra el cáncer, la edad de las nuevas mamás (algunas primerizas por encima de los cuarenta) y, entre otras (¡pásmense de nuevo!), ¡la longevidad!
¿Sintonía entre ambas esquinas políticas?
No puedo creer que de las dos esquinas llegue esa extraña sintonía de preocupación por la salud de los viejos, cuando ya se han oído voces diciendo que a determinadas edades lo que hay hacer es dejarlos tranquilos, con su paz y sus sedaciones, en vez de la tortura de la curación. Una de las últimas que hube de escuchar sobre medidas en sanidad fue blindarla. Juro que no sé aún en qué consiste, llegué a pensar que ponernos una armadura medieval a todos para que así no se puedan colar los virus.
Pero con este no atrasar consultas un año, especialmente a los que tenemos muchos, me surge un problema terrible ¡y es que sí lo entiendo! Y además en contexto electoral, en que por largo tiempo que oímos poner pringados al rival, ignorando por completo al elector, al que se libraban mucho de explicarle que tenían pensado para resolver sus problemas, probablemente nada.
Este aparente cambio de rumbo me recuerda lo que sucede en Málaga, donde ilustres del PP y del PSOE acabaron por entender que la confrontación tiene su época (corta), pero que la contribución al progreso la hace la colaboración. La consecuencia es que, con el éxito de su Parque Tecnológico, Málaga es hoy una de las capitales de provincia con mayor despegue.
La esperanza es muchas veces infructuosa, pero siempre gratuita, así que agarrémonos a ella. Aunque sólo sea la cita a los ancianitos, que se resuelva de común acuerdo un problema puede dar esperanza a que el ejemplo cunda en el futuro.
A no ser que sólo se trate de sanidad “electoral”.