No se trata de sospechar de nadie, ni de ponerse paranoico contra todos. No es una norma de desconfianza. Es prevención. Es defender, a quién no puede defenderse, los niños, que confían y se entregan con ingenuidad a los adultos.
Algunos de estos adultos han sido condenados judicialmente por agresiones y / o abusos sexuales a niños. Y siendo eso así, más de 42.000 ciudadanos, no pueden trabajar con niños, ni en su entorno, ya sea en el ámbito educativo, sanitario, de ocio, o de cualquier otro tipo.
La realidad se impone, los pederastas, son multireincidentes, y no debemos permitir que estén, junto al objeto de su pulsión, los niños. En primer lugar y más importante para no dañar a estos, y en segundo para no volver a prisión.
Nadie en su sano juicio integraría a un pirómano, al cuerpo de bomberos. Los pediatras se caracterizan por estudiar para sanar vocacionalmente a los niños, y son muy conscientes de que hay daños emocionales que no se reflejan en un TAC o en una radiografía, pero que son indelebles.
Pensar en un ginecólogo violador, o en un pediatra pederasta, es una sin razón, una esquizofrenia, un dolor que no nos podemos permitir, entre otros por la dignidad de la profesión, y la que es intrínseca a todo niño.