Hace once años irrumpió en algunas islas del Océano Índico una gran epidemia en humanos del virus chikungunya (o chikunguña). Poco después, los viajeros la extendieron a países europeos, asiáticos y americanos, en algunos de los cuales ya se habían registrado otros casos tiempo antes.
En 2006 se tiene constancia de otro brote en India, y, además, los científicos dan mucho crédito a la hipótesis de que fue un viajero procedente de este subcontinente quien originó la epidemia detectada, a su vez, en Emilia Romaña (Italia). Más tarde, en 2010, las autoridades francesas llevaron a cabo un programa de vigilancia de infecciones importadas de virus, y, en ese contexto, hallaron dos casos de transmisión autóctona del que nos ocupa que no propagaron la enfermedad.
En cualquier caso, a España no le pilla desprevenida la aparición de la patología entre sus ciudadanos (incluso, este verano, en el que se postuló como el primer caso transmitido a la persona in situ y no traído de otras latitudes, después verificado como falso positivo), pues el Ministerio de Sanidad ya había tomado nota de la red internacional de vigilancia epidemiológica y, por ello, desarrolló en 2009 un plan nacional específico para esta clase de enfermedades contagiadas por un vector volador: el mosquito Aedes, más conocido como ‘tigre’ por su color oscuro y rayado.
Como casi siempre sucede en la naturaleza, existen varias especies del insecto (que pertenece, a su vez, al subgenéro Stegomyia). Pero lo cierto es que, en la epidemia originada en aguas del Índico, ha predominado como vector específico el Aedes albopictus, que posee la referida característica, frente al Aedes aegypti, también responsable de otros brotes continentales que predominaron en los años 60 del siglo XX (el primero del que se tiene constancia se localizó en Tanzania en 1952).
Ahora, el propio departamento que lidera Alfonso Alonso ha llevado a cabo, con acierto y en colaboración con las sociedades científicas de Atención Primaria, una encuesta dirigida de forma expresa a los médicos del primer nivel asistencial para calibrar el grado de conocimiento que poseen de la enfermedad.
Sin aventurarme a especular sobre los resultados de este sondeo (que no creo que se publiquen en los medios, dado que su finalidad es otra), el solo hecho de que se emprenda la iniciativa confirma la escasa divulgación teórica de esta clase de infecciones en España más allá de los centros especializados o de referencia. E incluso resulta acertado llamar la atención sobre un hecho detectado por Amalio Ordoñez, oncólogo jubilado que trabajó durante muchos años en el Hospital La Paz de Madrid y que se doctoró con una investigación acerca del lenguaje médico: la ausencia del término con que se conoce a la enfermedad, chikungunya, en el Diccionario de Términos Médicos editado y actualizado por la Real Academia Nacional de Medicina (RANM) en 2012, toda una referencia entre los profesionales de la Medicina de habla española. La palabra, dicho sea de paso, significa “el que se tuerce”, en alusión al curso ondulante del proceso o, de modo más gráfico, al dolor en articulaciones periféricas como tobillo, muñeca o codo del que a menudo se ve acompañada.
Más allá de la necesidad de que los médicos de familia actualicen sus conocimientos según las alertas sanitarias del momento (tan natural como que revisen la bibliografía publicada en el último mes acerca de cualquier otra afección con que se topen en la consulta), resulta llamativa esa ausencia en el manual de la RANM, pues en ningún caso debe pasar desapercibida a los médicos españoles la posibilidad de una transmisión epidémica del virus, de la que ha alertado la comunidad internacional al menos desde 2004.
Bibliografía consultada:
-Harrison. Principios de Medicina Interna. 18ª edición, 2012.
-Farreras-Rozman. Medicina Interna. 17ª edición, Barcelona, 2012.
-Mandell, Douglas y Bennett: Enfermedades Infecciosas. 5ª edición, Madrid, 2002.
-Diccionario de Términos Médicos. Real Academia Nacional de Medicina. Editorial Médica Panamericana, 2012.