Años atrás, como el resto de los médicos, pensaba que el Colegio era una Institución inútil. Veía exclusivamente cómo mis médicos mayores disfrutaban con sus días señalados y hacían sus actividades culturales, siendo el Colegio el último y único vínculo a su profesión médica. La obligatoriedad de su pago hacía que ni me molestara en conocer su funcionamiento. Lo que nació el 1 de enero de 1894, de la mano de animosos médicos como Méndez Álvaro, Delgrás, García Caballero y otros como intento de normalización de la profesión médica, para registro, regulación y beneficio de médicos y ciudadanos, se ha convertido con el paso del tiempo en una corporación de obligada afiliación, gris, decadente y no vista como útil para la mayoría de sus colegiados.
Tras la lectura pausada de los Estatutos, así como de la añosa Ley de Colegios Profesionales, aún vigente, dos cosas me llamaron la atención:
La primera, que los Estatutos están pensados para que quien ostente la presidencia campe a sus anchas como representante institucional, si bien, de puertas para adentro, y por su condición de primero entre iguales, está obligado a acatar las decisiones que democráticamente tome la Junta Directiva.
La segunda, que, tampoco fija una condición que considero de obligado cumplimiento, como es la de la INDEPENDENCIA DE LOS CARGOS, fundamental para que no existan conflictos de intereses.
Cuando como médico de a pie, te preguntas para qué sirve el Colegio, lo único que nos suele venir a la cabeza es la regulación de la profesión. Sorprende la lectura de la Ley 2/74 de colegios profesionales, con posteriores modificaciones, por incluir una larga lista de fines, dentro de los cuales destacan como esenciales:
La ordenación del ejercicio de las profesiones, la representación institucional exclusiva de las mismas cuando estén sujetas a colegiación obligatoria.
La defensa de los intereses profesionales de los colegiados.
La protección de los intereses de los consumidores y usuarios de los servicios de sus colegiados.
Junto a estos fines básicos, existe una larga lista de fines específicos en donde llaman la atención los siguientes:
La cooperación con los poderes públicos autonómicos en la formulación de la política sanitaria y de los planes asistenciales y en su ejecución, participando en cuantas cuestiones afecten o se relacionen con la promoción de la Salud y la asistencia sanitaria.
La elaboración y ejecución de programas formativos de carácter cultural o científico, a nivel provincial, que complementen las previsiones formuladas en el plan del Consejo General.
El desarrollo de la gestión de los servicios e Instituciones de carácter provincial en relación con la finalidad de previsión y protección social en el ámbito profesional.
La instancia a los Organismos públicos o privados para que doten en el ejercicio profesional a los colegiados de los mínimos de material y personal necesarios para ejercer una Medicina de calidad.
¿Qué hace el colegio ante estos planteamientos? Habitualmente, NADA. En esta situación, consultando google, puede verse que, en febrero del año 2012, el Icomem firma el acuerdo de las 37,5 horas y media, en unas condiciones claramente desfavorables para los que no pueden elegir entre trabajar más o ganar menos, medida de ahorro a costa del trabajo/sueldo de médicos ya históricamente castigados. No hay más referencias a brillantes actuaciones durante los cuatro años anteriores, salvo las iniciativas tomadas directamente por la Profesora Fariña en relación con la defensa de los médicos agredidos.
Durante estos últimos cuatros años en que nuestro horario se ha consumido apretadamente entre Colegio-casa-hospital, hemos aprendido los entresijos de un entramado complejo, herrumbroso, pero con enorme potencial.
Se ha iniciado un nuevo camino para el Icomem, con las dificultades conocidas por todos y en las peores condiciones, con continúas críticas e insultos (muchas veces centralizadas en mi persona), acusaciones falsas y versiones fabuladas en redes sociales, dignas de un larguísimo culebrón. Puede admitirse la crítica de los compañeros opositores, pero lo que para mí no resulta tolerable es la mentira.
Pero esta triste oposición en la labor del Colegio ha dejado muy poco calado en nosotros al saber que todo ello venía de personas que confluyen en un determinado grupo político, algunos allegados a empresas y anteriores inquilinos de esta Casa, con sus acompañantes (médicos y no médicos), algunos de ellos no admitidos en el Icomem por su “ indeseable condición”.
En estas poco favorables condiciones, y con una, no conocida hasta ahora, convulsión sociosanitaria en nuestra Comunidad, se ha abierto un nuevo camino al Icomem.
Junto a algunos de mis compañeros de Junta, y con la colaboración cada vez mayor de muchos médicos, se han creado los nuevos programas para atender (en la medida de lo posible) las funciones del Colegio por Ley establecidas: protección social, educación para la salud, ampliación de biblioteca, teléfono de asistencia 24 horas al médico agredido, saneamiento de cuentas, comienzo de obras de obligado cumplimiento y que llevaban atrasándose muchos años, (tal vez por la incomodidad o por el enorme esfuerzo burocrático y económico que suponen), un pronunciamiento claro y evidente contra la privatización, así como la insistente reclamación ante los distintos consejeros y empresarios de solucionar uno de nuestros mayores problemas: la precariedad laboral.
Me quedo con la pena de no haber reducido la cuota para evitar dejar una derrama por el coste de las obras y la hipoteca heredada de legislaturas anteriores. Estoy segura de que este próximo año 2016 la cuota podrá reducirse ostensiblemente, ya que los gastos originados por las obras pueden pagarse con el superávit de estos últimos tres años.
Mi segunda pena es no haber podido sacar adelante el cambio estatutario que, a juicio de muchos, situaría al Icomem en los tiempos en que vivimos. Con cambios tan importantes como la mencionada anteriormente independencia de los cargos, la creación de una comisión de control financiero (compuesta por colegiados elegidos por insaculación), la apertura del gobierno a la asamblea general (instando a todos los colegiados a que participen sólo por el hecho de serlo), y lo que ahora podría jugar un papel importante en cuanto a justicia e igualdad de condiciones: una estricta normativa para las elecciones que asegure la igualdad de oportunidades para todas las candidaturas (me llamó la atención la oposición marcada a estos cambios de algunos de los que veremos dentro de unas semanas como futuros candidatos).
En resumen, poniendo en una balanza estos años convulsos para mi vida habitual, pesa mucho más que otra cosa la satisfacción del estímulo continuo de mis compañeros de hospitales y de centros de salud, así como el recuerdo de un gran número de médicos que nos han mostrado su agradecimiento y regalado con su amistad.
Por todo ello y por saber que en todo momento hemos trabajado de buena fe, y sin otro interés que el de hacer del Colegio una Institución más eficiente, me siento muy orgullosa de nuestra labor en estos años y sé que el tiempo pondrá todo y a todos en su sitio.
Estoy segura de que estas elecciones serán diferentes y con una mayor participación, porque aún queda mucho por hacer y porque, para ello se necesitan médicos valientes, con ganas, entusiasmo y dedicación a su Colegio. Creo que los médicos votarán sabiendo la importancia de tener un colegio independiente de empresas y partidos, eligiendo sin deslumbrarse ante grandes despliegues de gastos en comunicación, reclamos publicitarios, vacíos eslóganes o fuegos fatuos.