EDITORIAL
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10 dic. 2013 18:46H
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El Instituto para el Desarrollo e Integración de la Sanidad (IDIS) ha dado un paso más en su tarea, no exenta de dificultades, de elevar la condición, alcance e influencia del sector privado en el modelo sanitario español. Un paso más, muy importante por la relevancia del estudio presentado hoy en Madrid, aunque ni mucho menos definitivo. Hay todavía mucho trabajo de evangelización por delante porque, aún hoy, pese a la indudable mejora de la sanidad privada, todavía hay flancos y grupos de opinión, políticos, pero también profesionales, que siguen combatiendo e intentando destruir el concepto.

En su estudio Flexibilidad estratégica del sector privado ante la transformación de la sanidad pública, el IDIS ha definido el eje sobre el que se podría estabilizar el siempre frágil equilibrio del Sistema Nacional de Salud (SNS). Y ese poste, ese pilar interior, pues no hace falta que esté a la vista de todo el mundo, no tiene otro nombre que la colaboración público-privada, y su aportación indiscutible en la necesaria reforma del modelo. Esta es la conclusión general de un panel de cien expertos, cuyas opiniones apuntan además a otras evidencias que vienen a reforzar las buenas perspectivas que se abren para el sector privado: el aumento de la financiación privada en el gasto sanitario total, el incremento de las pólizas privadas como consecuencia del empeoramiento de la calidad percibida en la sanidad pública, la menor hegemonía de la provisión pública y la contribución de la privada en la necesaria integración de niveles asistenciales.

El IDIS impulsa este estado de opinión como una respuesta social al inmovilismo de administraciones y partidos políticos que, en palabras del secretario general, Juan Abarca, andan atascados en discutir sobre eficiencia. Y claro que el IDIS no va a ser el salvador del SNS, pero las ideas que representa y defiende sí son imprescindibles para su pervivencia, que, en estos momentos tan complicados, es tanto como decir supervivencia.

Que toda una autoridad sanitaria, reconocida por propios y ajenos, como Julián García Vargas elogie la labor del IDIS como el factor fundamental de la mejora de la imagen del sector sanitario privado español, que ya es capaz de mirar de tú a tú al modelo público, y además plantear opciones de mejora, es la prueba más evidente de que los tiempos han cambiado definitivamente. Pero hay más argumentos a favor de la privada: aportación sostenida de recursos, respuesta inmediata a la demanda sobrevenida o excesiva, apuesta decidida por la innovación en la gestión… Estas características bien podrían formar parte de un nuevo SNS en el que la colaboración fuera la norma, en un marco de confianza y sosiego institucional, y no la excepción ruidosa que es, lamentablemente, ahora.

Y esa colaboración, ese eje en el que descanse el modelo en su conjunto, no es ni va a ser, como siguen temiendo algunos, la antesala de una nueva configuración privatizadora del sistema. Todo el sector privado sabe -y el presidente del IDIS, Javier Murillo, se ha encargado muy bien de recordarlo- que por muchas reformas que pueda haber, el SNS seguirá siendo de financiación pública. Y que, aunque la colaboración pueda normalizarse y crecer cualitativa y cuantitativamente, la provisión de la asistencia sanitaria seguirá siendo mayoritariamente pública. En definitiva, el IDIS no va a librar, no lo está haciendo, una batalla contra los principios del modelo español. Los asume, los entiende e incluso los defiende. Ahora bien, esos argumentos no pueden imposibilitar, por decreto, la aportación de un sector dinámico, pujante y excelente en la casi totalidad de sus miembros. Está en juego nada menos que el futuro sostenible del SNS. Porque despreciar o desautorizar el papel creciente de la privada es, en el fondo, una agresión contra el propio modelo público.  


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