Por Carmen Lage Martínez, mejor expediente MIR de la Facultad de Medicina de Zaragoza
Finalmente, llegó. Ese cataclismo anunciado durante mi estancia en la facultad, que todos contemplábamos con el temor, por no decir frontal rechazo, que todo gran cambio siempre suscita, definitivamente se hará realidad. Entonces parecía algo tan lejano que nuestros ojos nunca llegarían a verlo. Inocentes.
El pasado mes de diciembre se publicó el borrador del Real Decreto de Troncalidad, y hace solo unos días que la Federación de Asociaciones Científico Médicas Españolas (Facme) cerró el plazo dado a las sociedades que la componen para presentar las alegaciones que consideraran necesarias. Una última oportunidad para intentar ganar alguna modificación en el diseño de un sistema con el que no todos están de acuerdo.
Es innegable que la troncalidad supone múltiples ventajas. La principal razón que sustenta su creación es la necesidad de formar médicos generales. Y en eso no podría estar más de acuerdo. No quiero abusar de los tópicos, pero, en ocasiones, se dan situaciones tan absurdas como que un ginecólogo te llame por una bradicardia de cincuenta en una embarazada que toma betabloqueantes… Y es bueno, es realmente bueno, en una medicina que cada vez tiende más a la superespecialización, que los médicos sepan “un poco de todo”, por el bien de sus pacientes y por el de ellos mismos (porque el corazón está más contento si es capaz de ver un organismo en vez de un órgano y, además, siempre se te puede poner malo un vecino).
Aspectos positivos
También es cierto que el actual borrador presenta varios aspectos positivos. Algo fundamental, a mi modo de ver, es que los programas formativos, elaborados por las Comisiones Delegadas de Tronco, se unificarán a nivel nacional, lo que facilitará la igualdad entre residentes en cuanto a cualificación. Asimismo, da la impresión de que no será necesario realizar un segundo examen al finalizar el periodo troncal, ya que el acceso a la Unidad Docente de formación específica se basará en la nota obtenida en el examen MIR, tal y como defendió enérgicamente el Consejo Estatal de Estudiantes de Medicina (CEEM). Sin embargo, esto último no está del todo claro, ya que, según admite el borrador, podrán realizarse pruebas específicas por especialidades troncales si se estima oportuno. (¿Es que nadie piensa en los pobres estudiantes, que nunca terminan de afrontar exámenes?)
Ya sé que a estas alturas no viene a cuento. Que ya no hay nada que hacer. Pero no puedo evitar preguntarme: ¿realmente era necesaria la troncalidad? Y puedo puntualizar: para formar médicos generales, ¿es realmente imprescindible una formación troncal mínima de dos años de duración? Yo soy residente de Neurología; roto casi siete meses por Medicina Interna, uno por Urgencias y realizo guardias de planta y de urgencias durante un año y medio. Y, como yo, la mayoría de especialidades médicas de mi hospital. ¿En serio hace falta más? Que no se me malinterprete. Si a mí me encantaría rotar por un montón de servicios durante dos años, en serio. Es lo lógico si te gusta la medicina. El problema real es el tiempo que te queda para dedicar a tu especialidad, si el periodo formativo total dura cuatro o cinco años. Muchos alegan que quienes han ideado la troncalidad desconocen los programas docentes actuales, ya que en los dos años restantes sería imposible para cualquier residente adquirir las habilidades y conocimientos que le competen como especialista. La consecuencia lógica es que se prolongarán los periodos de formación específica, que, según el borrador del RDT, no se han definido todavía. ¿No constituye esto un retraso innecesario en la obtención del título y de un posible –más ajustado sería decir hipotético- puesto de trabajo, al fin y al cabo, con mejores condiciones laborales?
Unidad docente
Y existe otra cuestión, menos práctica y más romántica. Si no he entendido mal, después del periodo troncal, y en base a la nota obtenida en el examen MIR, se elegirá, nuevamente a nivel estatal, una Unidad Docente en la que llevar a cabo la formación específica, que puede ser distinta a la troncal. Esto supone, en la práctica, que si en la Unidad Docente en la que llevas dos años trabajando, aprendiendo, en la que ya has conocido gente y hecho buenos amigos, se agotan las plazas de la especialidad que deseas porque otros con mejor puntuación acceden antes a ellas, tendrás que trasladarte a otra Unidad Docente. Pienso que quienes diseñaron este sistema o no son médicos, o bien completaron su residencia hace demasiados años. Que ya no recuerdan el tiempo en el que se empieza a practicar la medicina, cuando tanto la ilusión como los miedos te unen a tus compañeros, tiernos y torpes R1 como tú, y en el que acabas formando una verdadera piña con los demás residentes de tu servicio, tal y como nos confesó emocionado el residente mayor al que despedimos el año pasado: “Llegué aquí pensando que encontraría compañeros de trabajo, y encontré una familia”. Partir en dos el periodo de residencia es un absurdo tan grande que no me termina de entrar en la cabeza, por mucho que leo y releo el borrador.
Pero estas reflexiones son inútiles, porque la troncalidad es ya un hecho, y lo que antes era una posibilidad remota estará aquí en tres o cuatro años. Lo único que nos queda esperar es que, al menos, el Ministerio no la imponga según su criterio, sino que se permita una implementación gradual, tal y como ha solicitado la Facme, respetando las valoraciones de las Comisiones Nacionales de especialidades, tanto en cuanto a su incorporación a la troncalidad como en cuanto al diseño de los programas de formación específica. Lo que sea, con tal de que se consiga conjugar la generación de médicos generales con especialistas adecuadamente cualificados.