El Día Mundial de la Salud se celebra anualmente el 7 de abril para conmemorar la entrada en vigor de la constitución de la Organización Mundial de la Salud (OMS). La elección de esta fecha fue decidida en 1950 por la Segunda Asamblea Mundial de la Salud, para recordar la fundación de la OMS. La primera celebración oficial tuvo lugar el 22 de julio de 1949, pero se trasladó a abril para maximizar su impacto, evitando las vacaciones escolares.
El lema de este año 2025 es 'Comienzos saludables, futuros esperanzadores', que incide sobre los problemas perinatales. Desde la OMS se han propuesto instar a los gobiernos y a la comunidad sanitaria a intensificar los esfuerzos para poner fin a las muertes maternas y neonatales evitables y priorizar la salud y el bienestar de las mujeres a largo plazo. Unas 300.000 mujeres en el mundo pierden la vida cada año debido al embarazo o al parto, mientras que más de 2 millones de bebés mueren en su primer mes de vida y millones más nacen muertos. Lo que supone aproximadamente una muerte evitable cada 7 segundos.
Entre los objetivos del desarrollo sostenible (ODS) de la ONU para 2030 figura reducir la tasa de mortalidad materna a menos de 70 por 100.000 nacidos vivos, aunque hoy 4 de cada 5 países están lejos de alcanzar esta meta. Pero existen los conocimientos científicos y médicos para prevenir la mayoría de las muertes maternas. A diez años de que se cumpla el plazo estipulado para los ODS, ahora es el momento de intensificar los esfuerzos coordinados y de movilizar y revitalizar los compromisos a nivel mundial, regional, nacional y comunitario para reducir drásticamente poner fin a la mortalidad materna prevenible.
La tasa de mortalidad materna es el número de mujeres que mueren por causas relacionadas con el embarazo durante el mismo o en los 42 días siguientes a su final o interrupción por cada 100.000 nacidos vivos.
Según datos de la OMS, la cifra europea de mortalidad materna circa de 2020 se sitúa en torno a 14 mujeres por cada 100.000 nacidos vivos, mientras que la correspondiente a España en 2021 fue, según el INE, de 3’26 defunciones maternas por cada 100.000 nacidos vivos. La cifra de España es de las más bajas en comparación a los países de su zona geográfica, con condiciones de salud, bienestar y atención sanitaria similares. Sin embargo, según el Registro Español de Morbimortalidad Materna y Perinatal, del Grupo Español de Seguridad Obstétrica (GESO), ese año las cifras de mortalidad materna en nuestro país fueron de 13,76 por cada 100.000 nacidos vivos, cuatro veces superior a la que reflejan más que los datos oficiales citados previamente.
De acuerdo con el doctor Óscar Martínez, del GESO, el Ministerio de Sanidad recoge los datos de estas muertes proporcionadas por las comunidades autónomas, que las obtienen de los hospitales, en los que no se registra muchas veces la mortalidad indirecta. Como la mortalidad materna se debe medir hasta 42 días después del parto, si alguien se muere en un hospital diferente a donde ha dado a luz por una causa relacionada con el embarazo, como un tromboembolismo pulmonar, en el día 22, pese a que es mortalidad materna de libro, no se contabiliza como tal en el centro donde ha fallecido.
Este problema de determinación de la causa de muerte y de recogida de datos podría tener su solución si una entidad centralizada contabilizara todas las mortalidades maternas de una manera reglada, con unos criterios explícitos, lo que permitiría proponer recomendaciones en función de las causas directas e indirectas de la defunción. Una responsabilidad que se incluiría entre las actividades de vigilancia de la imprescindible Agencia Estatal de Salud Pública que, nuevamente, ha sido objeto de postergación en el congreso de los diputados, debido al exacerbado sectarismo partidario generalizado que nos está llevando a la desafección política y, lo que es peor, a las puertas de un populismo de tintes claramente autoritarios.