Menos enfermeras en las unidades de hospitalización, ausencia de sustituciones de las enfermeras que trabajan en los centros sanitarios de Castilla y León -precisamente ahora en verano, en que muchas poblaciones del medio rural, además de contar con una población dispersa, muy envejecida y pluripatológica, suman numerosa población por fiestas, etcétera-, son el pan de cada día con que convivimos los que trabajamos en el ámbito sanitario. Pero no por ser habituales debemos considerar estas circunstancias como normales.
Basta escuchar el mensaje que lanza Linda Aiken, una de las mayores expertas mundiales en investigación sobre recursos humanos en sanidad y los efectos de la dotación de enfermería en los resultados de salud de los pacientes. Veinte años lleva esta socióloga estadounidense, directora del Centro para Resultados de Salud e Investigación sobre Políticas de la Universidad de Filadelfia, analizando los efectos que tienen las reducciones de personal enfermero en la calidad de la asistencia. Y son claros los resultados que ha obtenido en estudios en una quincena de países, entre ellos España: aumentar un paciente por cada enfermera supone aumentar un 7 por ciento la mortalidad de los pacientes; por cada 10 por ciento de reducción de enfermería se provoca un incremento de un 12 por ciento en la mortalidad de pacientes.
Y no es eso todo. Habrá quien piense que sustituir enfermeras (que son tituladas universitarias de Grado) por técnicos, auxiliares u otro personal no cualificado podría paliar esas cifras desastrosas. No es así. De nuevo vienen los estudios de Aiken a demostrar lo contrario: sumar un auxiliar de enfermería por cada 25 pacientes también supone aumentar un 25 por ciento la probabilidad de muerte de los pacientes. Y no estamos en contra de ningún colectivo de trabajadores. Simplemente, estos estudios demuestran que eso implica aumentar la carga asistencial de las enfermeras, quienes deben supervisar el trabajo de los auxiliares y quienes están cualificadas para esa mejor atención.
La Consejería de Sanidad y la Gerencia Regional de Salud –y por extensión los gerentes que aplican estas reducciones de enfermería-, parecen desconocer las conclusiones alarmantes de estos estudios. ¿Y si conocen esa realidad y no se está haciendo nada para evitarlo? Estamos hablando de muertes evitables simplemente aumentando la dotación de enfermería. Claro, nos dirán que eso es caro. Pues bien, más caro es no hacerlo y afrontar sus consecuencias, también las económicas, que son las únicas que parecen interesarles. Por no hablar de lo más importante: destinar a los pacientes a unos riesgos que son evitables. Los ciudadanos deben conocer esto.
Lo más fácil es optar por recortar el número de enfermeras para ahorrar. Lo contrario requiere saber gestionar y planificar mejor los recursos humanos para que la asistencia y el gasto público no se resientan. Lo que, por otro lado, tampoco deja en muy buen lugar a nuestros gestores sanitarios. Por acción u omisión, conscientemente o por desconocimiento, de sus decisiones se obtiene, de este modo, un poderoso y triste retrato de sus capacidades gestoras.