Un ciudadano español se va de vacaciones a Atenas. Además de la logística propia de los viajes, de comprobar reservas de hotel, itinerarios y tarjetas de embarque, no hay muchas más cosas por las que preocuparse. Lo que hoy nos parece una obviedad no siempre ha sido así. Este mismo viaje, en 1990, se habría traducido en una parada en la aduana, en un cambio de divisas y en la sensación, en definitiva, de que la distancia que separaba los dos países mediterráneos era mucho más acusada de lo que lo es ahora.
Hoy, en pleno 2023, sufrir una complicación cardiaca en Atenas es un problema de primer orden. Entiéndanme, siempre va a serlo independientemente del país en el que ocurra, pero cualquier percance sanitario seguirá siendo una odisea mucho mayor mientras las fronteras sanitarias sigan levantadas en le UE. Sin intercambio de datos entre administraciones, sin historial médico del paciente y sin la posibilidad de conocer las alergias o antecedentes que este haya podido tener en el pasado.
Volar estas fronteras es lo que busca el Espacio Europeo de Datos Sanitarios (EHDS, por sus siglas en inglés), una de las leyes en trámite con más trascendencia y sobre la que estaré trabajando en los próximos meses. Un proyecto que busca generar un ecosistema único para que los sistemas de salud europeos sigan a la vanguardia mundial durante las próximas décadas.
Pero vayamos por partes. Para crear un flujo abierto de datos sanitarios hay que fijar primero una clasificación básica de la información que se va a compartir: por un lado, datos primarios en caso de que aludan directamente al tratamiento e información del propio paciente y, por otro, secundarios en caso de que estos datos sean utilizados para generar conocimiento y avanzar en investigación sobre nuevos tratamientos.
Ambos frentes son igualmente importantes. El primero tendrá un impacto directo sobre la calidad de vida del ciudadano europeo, dueño último de sus datos, gracias a la creación de un protocolo de transmisión de información homogéneo y estable que no entienda de fronteras dentro de la UE. Una especie de espacio Schengen de nuestro historial médico.
No vamos a obviar lo evidente: pasar de la teoría a la práctica será un desafío histórico. La interoperabilidad entre países será complicada teniendo en cuenta que ya es tremendamente complejo incluso a nivel nacional en países como España, donde interconectar la información de la sanidad pública, privada y de mutuas es aún una asignatura pendiente. Si no hablamos el mismo idioma incluso dentro de nuestro propio país, ¿cómo vamos a hacerlo con nuestros 26 socios europeos? Este es el primer y más evidente reto del EHDS.
Al final, el pilar sobre el que se sustenta esta estrategia debe ser la calidad del tratamiento a los europeos. Y liberar el flujo de datos puede contribuir a esta misión, pero sigue habiendo cuellos de botella si comparamos los recursos que se destinan en cada país. Según Eurostat, el gasto en salud per cápita en Europa varía desde alrededor de 1.800 euros en Rumania hasta alrededor de 6.000 euros en Luxemburgo. En España ronda los 3.300 euros, 900 por debajo de la media europea con datos de 2019.
En Europa, más de 30 millones de personas padecen enfermedades raras, unas 8.000 patologías que, debido a su reducida prevalencia, apenas ofrecen incentivos para investigar sus causas y tratamientos. Y los pacientes lo tienen claro. Según afirma la Organización Europea de Enfermedades Raras, “el 97 por ciento de las personas que padecen este tipo de enfermedad están dispuestas a compartir sus datos sanitarios para fomentar la investigación sobre su propia enfermedad, y el 95 por ciento también están dispuestas a compartir sus datos para mejorar la investigación sobre enfermedades distintas de la suya”.
Aumentar la masa crítica de datos y monitorizar su evolución a los distintos tratamientos de forma conjunta y anónima solo puede traducirse en buenas noticias para los pacientes de esclerosis lateral amiotrófica (ELA), piel de mariposa, espina bífida o síndrome X-frágil. No en vano, esta gestión de datos secundarios se abriría no solo a investigaciones dentro de los propios sistemas sanitarios, sino que también sería accesible para universidades o empresas farmacéuticas. Estos datos anónimos o pseudo-anonimizados y precisos no son solo una instantánea de la realidad de las afecciones en Europa, sino también una oportunidad de avanzar hacia sus curas. El potencial de los datos para la salud está infrautilizado y no podemos permitirnos continuar así.
Antes me referí a la interoperabilidad como uno de los grandes retos a los que nos enfrentamos como legisladores para cimentar los pilares de esta estrategia. No será el único. El EHDS deberá establecer un respeto y una compatibilidad sin fisuras con leyes de calado como el Reglamento General de Protección de Datos o la ley de Ensayos Clínicos. Las definiciones que contemple el texto deben ser claras y dejar el mínimo espacio a una interpretación fragmentada entre los diferentes Estados Miembros. Garantizar la privacidad y el anonimato de los pacientes y sus datos es la prioridad de todos aquellos que estamos empujados por materializar este espacio de datos.
Asimismo, también hay que asegurar un nivel adecuado de protección intelectual y de secretos comerciales para las nuevas patentes que surjan del análisis de estos datos. Incentivar a la industria para ensayos clínicos será otra de las claves para fomentar que el sector farmacéutico y sanitario siga eligiendo a la UE como centro de operaciones. Ver cómo se articulan las agencias nacionales que regulen la gestión de datos será otro de los grandes temas que se pondrán encima de la mesa este año.
La riqueza de Europa reside en su naturaleza heterogénea. Pero no podemos hacer que las diferencias nos debiliten. Apostar por un Espacio Europeo de Datos Sanitarios es una prioridad para no perder el tren de las nuevas tendencias médicas. Ahí debe estar Europa. Durante los próximos meses hablaré con todas las partes implicadas y, como no puede ser de otra forma, tendré los intereses españoles en el centro de mi radar. No olvidar a nadie en el debate es el primer paso necesario para que, de aquí a unos años, ir al médico de forma ágil en cualquier país de la Unión Europea sea tan natural para nosotros como pagar con euros o cruzar la frontera sin presentar el pasaporte. Es una cuestión de tiempo.