Fue precoz en detentar el poder, aunque fuera municipal. Se lo quitaron a la carrera, poco tiempo después de haberlo conseguido, en un pacto cívico, que algunos llamaron cínico, y que fue poco civilizado. Intuyó y llegó a decir que habían sido los poderes fácticos los causantes de su salida del Ayuntamiento de León. Y quizá para que no le volviera a ocurrir lo mismo se convirtió en uno de ellos. Es José Luis Díaz Villarig que, por encima de cargos públicos, colegiales o sindicales, es uno de los poderes fácticos más reconocibles de la profesión médica.
No cabe duda de que un hombre que fue capaz de chocar con Aznar no le debe de temblar el pulso con casi nada. El ex presidente contribuyó a su caída en el consistorio leonés y quizá propició que se centrara por entero en su profesión, y desde entonces, de una u otra manera, no ha dejado de influir en sus compañeros médicos.
Desde el sindicato, en CESM Castilla y León, donde muchos le atribuyen un papel fundamental en los acuerdos alcanzados con la Consejería de Sanidad para preservar la paz profesional en estos años de crisis y recortes, también para el médico. Quizá por ello, cuentan que la Administración le premia ahora, al haber aceptado su solicitud para seguir en activo, una vez cumplidos los 65 años, pese a que hace tiempo que no ejerce en Sacyl gracias a su liberación sindical.
Y desde el Colegio de León, donde con la legislatura que acaba de iniciar, ingresará en el club de los presidentes con veinte años de permanencia. Recuerdo bien sus inicios, que no pasaron desapercibidos: pronto se convirtió en una de las voces habituales en la OMC, contrariando a Núñez Feijóo por sus fundaciones públicas sanitarias, gracias a su elocuencia, y también a su altanería, que le facultaba para opinar de casi todo y por encima de casi todos. Quizá fue esa inmediata visibilidad la que le situó en casi todas las parrillas de candidatos a presidir la OMC. Pero nunca lo logró. O mejor sería decir que nunca quiso lograrlo.
En ocasiones, para mandar no hace falta ser presidente. Basta con influir en el que manda. Hoy en la OMC, Díaz Villarig no manda pero a ver quién es el guapo que dice que no influye: dirige la Revista de la OMC y forma parte de la Comisión de Presupuestos. Información y dinero, suficiente para tener poder. Fáctico. Quizá Rodríguez Sendín prefiera tenerle así, mejor que como rival. O, peor aún, como infiltrado.
A propósito de las incompatibilidades, que le afectan como a pocos, ni se inmuta. Elegirá, en el caso de que le obliguen, pero a renglón seguido presentará una demanda a la Administración por quebrantar la libertad sindical. Le encanta el cuerpo a cuerpo y es seguramente donde da lo mejor de sí mismo, porque se sabe un personaje controvertido, empezando por su propio origen, que no es León, sino Valencia, aunque su tierra de adopción es Salamanca.
Para seguir al frente del Colegio de León, donde no ha tenido oposición en todos estos años, modificó los estatutos en busca de una legitimidad previa en forma de avales para todo aquel que quisiera ser candidato. Obviamente, solo él ha logrado el requisito –si no concurría nadie sin que mediaran exigencias previas, ¿cómo lo iba a hacer alguien con un obstáculo añadido?- y esto lo ha interpretado como un refrendo similar al de las urnas. Hasta el poder omnímodo necesita cierta legitimación.
Ha hecho intentos muy discretos para entrar en las mutuas, calibrando apoyos electorales, movilizando a colegios próximos, pero nunca ha ido más allá, quizá porque no ha llegado a acumular los respaldos necesarios. En el fondo, este sería su hábitat natural: ya no son lo que eran, pero las mutuas, en el ámbito médico, siempre han sido los poderes fácticos por antonomasia. Por eso no deberían perder el rastro de un outsider irreverente y algo maquiavélico como Díaz Villarig, la prueba de que política y medicina siguen, pese a todo, teniendo mucho que ver. Desde luego, sin personajes como él, siempre inclinados a la polémica, el relato diario de la sanidad sería mucho más aburrido.