La Revista

Unos 22.000 facultativos trabajan en alguno de los 8.000 pueblos de menos de 15.000 habitantes que existen en España

La procesión diaria del médico rural


27 mar. 2016 20:30H
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POR PATRICIA BIOSCA
Está amaneciendo un lunes cualquiera en la ciudad oscense de Monzón, pero Esteban Sanmartín lleva ya unas horas despierto. No es de mucho dormir, por lo que en ese rato de vigilia ha tenido tiempo para ojear la prensa y mandar unos mails a sus colegas de profesión. Ahora, se prepara para ir al trabajo. A las 8:30 horas tiene que estar en la pequeña localidad de Cofita, a siete kilómetros de su casa, por una carretera que a él no le parece “tan mala” como dicen los que visitan por primera vez la zona, pues es estrecha y a veces los camiones que transportan ganado hacen difícil el camino. La espesa niebla es su mayor enemigo, pero desde hace 35 años tiene encomendada la salud de las 120 personas que viven allí, así que no hay excusas. 

En este punto comienza el ‘viacrucis’ diario de este médico rural que, tal y como él mismo asegura, lo es por vocación. No obstante, y lejos de ser excepcional, su situación se repite por toda la geografía del país, en la que se reparten cerca del 20 por ciento de los facultativos que ejercen en poblaciones de menos de 15.000 habitantes de toda España. “Los médicos rurales son un poco la esencia de la Atención Primaria, el primer contacto que tienen los pacientes de los pueblos, pero con una complicidad que no se suele dar en las grandes ciudades”, explica Josep Fumadó, representante nacional de Atención Primaria Rural de la Organización Médica Colegial (OMC), y que también conoce de cerca el desarrollo de su actividad, pues él mismo ejerce como médico en los pequeños municipios tarraconenses de Jaume d’Enveja y Els Muntells desde hace tres décadas.
El problema del relevo generacional
Uno de los principales problemas a corto plazo a los que se enfrenta la medicina rural es la dificultad para encontrar facultativos que quieran trabajar en este medio. Como ejemplo, la comunidad de Navarra, cuyo Gobierno estudia formas para hacer más “atractivo” este puesto y conseguir llenar los huecos que se están creando. “Normalmente la gente quiere ir a sitios con un gran equipamiento, con mayores facilidades, donde tenga compañeros en los que apoyarse. Al final, este trabajo es bastante solitario”, admite Fumadó. Para cambiar la tendencia, la OMC, con el representante nacional de Atención Primaria Rural a la cabeza, imparten charlas en Facultades de Medicina para que el estudiante conozca que hay mucho más allá detrás de los médicos rurales, y que tienen acceso a, por ejemplo, un campo enorme en la investigación y los estudios científicos. “Les contamos nuestras experiencias personales y cómo es nuestro día a día, y se quedan alucinados, porque en la mayoría de los casos lo desconocen completamente”.
Sanmartín, que junto a otros cinco médicos y seis enfermeros trabaja en el Centro de Salud Monzón Rural, continúa su periplo tras terminar con las consultas en Cofita. A las 10:30 horas se dirige a Fonz, a otros 7 kilómetros. En esta localidad hay censados unas 800 personas, y de hecho, el facultativo ha vivido aquí hasta hace bien poco, por lo que se conoce la historia que hay detrás de cada uno de ellos. “Esa tos es herencia de tu abuelo, que la garganta la tenía mal”, le dice al paciente, apoyando la teoría de Fumadó. No en vano puede presumir de conocer a tres generaciones de foncenses.

El trato personal, un arma de doble filo

El contacto es la principal ventaja de los médicos rurales, ya que normalmente han tratado a los pacientes desde hace tiempo. Llegan a la consulta, intentan solucionar el problema y, si no es posible, mandan el ingreso. A la vuelta, vuelven a pasar por el mismo sitio. “Preguntan si lo que les han mandado en el hospital es bueno para ellos, y muchas veces les cambio la medicación; no porque lo hayan hecho mal allí, sino porque allí tienen la visión de una foto, una radiografía o una prueba, pero yo tengo la película de su vida entera”, explica Sanmartín.

Ésta es, sin embargo, un arma de doble filo. Los primeros pacientes se hacen mayores, e inevitablemente sobreviene la muerte. “Yo digo que no se me mueren pacientes, se me mueren amigos”, lamenta. Esta situación también es tónica general en una España cada vez más envejecida, sobre todo en los pueblos pequeños, donde quedan en su mayoría ancianos. “Es cierto que en los últimos años, con la crisis, hay gente que ha decidido volver al pueblo de sus padres, o la inmigración ha rejuvenecido la media, pero no como para cambiar el esquema del paciente tipo al que solemos atender”, explica Fumadó.

La tecnología, un nuevo aliado

No es lo mismo ejercer ahora que hace 30 años. Los avances actuales han permitido que haya un contacto casi directo con el especialista a través de internet, y los médicos rurales pueden citar en muchas ocasiones a sus pacientes directamente en las consultas de los hospitales (una ventaja para esta población, que en su mayoría no está relacionada ni con las nuevas tecnologías ni con la burocracia sanitaria) o realizar pruebas que instantáneamente pueden comprobar en sus portátiles y mandar a los facultativos especializados.

Sin embargo, Sanmartín advierte de la peligrosidad de la dependencia actual de las nuevas tecnologías: “Es un adelanto, pero también es cierto que el día en el que se te cae la conexión, parece que no puedes trabajar”. Aún así, las posibilidades son mucho mayores y la gestión sanitaria ha ganado enteros en el entorno rural.

“La formación online también ha facilitado mucho la actualización de los médicos rurales”, explica Fumadó, aunque advierte que sigue habiendo un componente “analógico” que es imposible de erradicar, la autonomía impuesta del médico rural, solo ante el peligro ante una emergencia, ya que el hospital más cercano puede estar a decenas de kilómetros por carreteras casi inaccesibles.

Esteban Sanmartín, en su despacho

Actuación ante la urgencia

Acaban las consultas, pero no el trabajo. De 15:00 a 20:00 horas, Sanmartín tiene el teléfono operativo. Prefiere atender él mismo las llamadas de urgencia porque afirma que así tiene el “cuadro completo” de lo que pasa, y sabe qué medios debe movilizar solo por el tono del interlocutor y lo que le explica. “Aquí tienes que hacer de todo, para bien y para mal”, dice. Su maletín, más grande y lleno de lo normal, lleva todo tipo de medicamentos. El coche de urgencias está preparado como si de una ambulancia se tratase. Y tanto el médico como el enfermero tienen que estar a la altura de las circunstancias.

“Si te pilla solo, porque el enfermero está a 30 kilómetros del sitio del aviso, tienes que estar preparado y concienciado. Y al revés pasa igual: un enfermero puede ser el primero en llegar y tiene que tener capacidad resolutiva”, dice Sanmartín, que afirma que el Real Decreto de prescripción enfermera por el que este colectivo no puede recetar o administrar productos sanitarios y fármacos se vuelve algo “prescindible”.

“En ese momento la urgencia apremia, y normalmente todo está en la historia clínica, por lo que aquí no encontramos problema”. Es el momento del sanitario solo ante el peligro, con el único arma de su propia habilidad y ayudado por esa “pasta especial” a la que todos aluden.

Para ayudar al médico en estos casos, tanto Fumadó como Sanmartín, junto con otros facultativos rurales de España crearon en 2011 la Guía de Buena Práctica Clínica en Urgencias en el Centro de Salud Rural. En este documento, el sanitario puede consultar desde cómo reaccionar ante un parto precipitado a la necesidad de una amputación en el momento. “Si llegas y ves que tu paciente está sufriendo un síndrome compartimental, con una pierna hinchada, coger un cuchillo y abrir para sangrar esa pierna da un poco de miedo, pero, a lo mejor es la única solución si no tienes nada más”, explicó Sanmartín durante la presentación de la guía, que es la más consultada de los archivos de la OMC.

El “enganche” de lo rural

A pesar de que pueda haber hasta 20 kilómetros de radio entre las poblaciones atendidas, la siempre presente falta de medios o las jornadas maratonianas, ambos contestan con rotundidad que no cambiarían a un centro hospitalario en una gran ciudad con todo lujo de equipamiento. “Yo me retiro de médico de Fonz. Vamos, eso si no me despachan antes”, dice entre risas Sanmartín. “Para mí es la parte más bonita de la Medicina. Y puedes llegar a ser un gran médico, porque el campo es inmenso”, asegura Fumadó.

Alberto Astúriz, médico rural en el Valle del Baztán (Navarra). Foto: Carlos Lujánü

Esteban Sanmartín vuelve a casa tras una guardia nocturna y seis horas de consulta, como en días anteriores tuvieron que hacer cuatro compañeros suyos. Pero con una sonrisa en la cara.

Farmacia rural: entre el servicio público y la supervivencia

Una situación distinta viven las farmacias rurales. Coexisten en los pueblos con la dicotomía de ser, por un lado, un servicio público, y por otro, una empresa privada y particular, que no tiene ingresos fijos y que depende de una pequeña población. “Es una prestación pública pero que se realiza por manos privadas. Y además nos tenemos que dar de alta en el régimen de autónomos y cubrir unos gastos”, explica Francisco Javier Guerrero, presidente de la Sociedad Española de Farmacia Rural (Sefar). Él, como muchos otros farmacéuticos que tienen una pequeña botica rural, tiene planeado pegar el salto hacia un núcleo de población más grande, que le asegure unos ingresos mayores. “Eso sería una solución personal -admite, ya que asegura que no llega ni a cubrir gastos y, de hecho, tiene otro empleo que compagina con la farmacia- aunque como vecino me preocupa que esta situación acabe con la extinción de este tipo de establecimientos. Por ello, desde Sefar piden a las administraciones que se replanteen el modelo actual de la red de farmacias, ya que las de núcleos urbanos tienen asegurada mayor clientela que la de los pequeños pueblos, aunque todas cumplan la misma función social.
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