El neurólogo Exuperio Díez Tejedor en el Instituto de Investigación Sanitaria de La Paz (Idipaz) con dos colegas biólogas.
Forjado como médico ligado al método científico más puro, Exuperio Díez Tejedor (Valencia, 1951) no concede crédito a nada que no haya pasado por el filtro del conocimiento. Para cultivarlo, dedica casi todo el día a su labor profesional, una mezcla de supervisión de los enfermos, docencia e investigación a partes iguales, según se deduce al observar su trabajo en el Hospital La Paz, su instituto de investigación (el Idipaz) y la Facultad de Medicina. Para él los fines de semana comienzan los viernes por la tarde y suponen un corte radical con el oficio en beneficio de la familia, a quien venera más, si cabe, que a los maestros que le han enseñado sobre ciencia y Medicina, parcelas de las que, en cualquier caso, no puede prescindir cualquier acercamiento a su biografía.
¿Qué importancia reviste el cerebro en la salud?
Somos nuestro cerebro. Y lo digo en un sentido de identidad, conciencia y de relaciones con el entorno. No solo controla las funciones superiores del pensamiento, la memoria o la afectividad, sino incluso las de motricidad, sensibilidad, relación con el mundo exterior e incluso el latido cardiaco, la respiración o el sistema inmune. Se trata del órgano rector de todo el organismo.
¿Cree que Psiquiatría y Neurología son en realidad convergentes?
Todos los neurocientíficos contemporáneos pensamos en esa dirección; incluso Ramón y Cajal lo hacía, todavía muy lastrado por los prejuicios teológicos, eso sí.
Lo que planteó Rafael Yuste [líder del Proyecto Brain] en su visita a La Paz y la Autónoma fue que desentrañar las redes neuronales emergentes considerándolas como un todo y desestimando su funcionamiento aislado llevará a un mejor conocimiento tanto de la patología psiquiátrica como neurológica, claro que sí.
¿Desvelará entonces el porqué de la conducta?
Llegar a explicar aspectos del comportamiento humano, no digo que sea imposible, pero es muy complejo. Podemos hablar de la memoria, de las funciones ejecutivas y de su localización en áreas del cerebro; ahora bien, llegar a conocer todo su funcionamiento e interpretar los sentimientos y la afectividad… Sabemos que todo eso está ahí y apenas estamos esbozándolo. Pero es el camino.
El médico y neurólogo, en su despacho en la undécima planta de La Paz de Madrid.
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Si está en ciernes su desarrollo, ¿por qué escogió la Neurología?
Lo cierto es que lo decidí muy precozmente mientras hacía la licenciatura de Medicina en Valencia. Al entrar en contacto con los primeros cursos, donde se estudia Anatomía y Fisiología, me relacioné con algunos colegas con los que compartía la idea de que los conocimientos en esa materia eran insuficientes, y con los que mantenía inquietudes comunes por la investigación. De hecho, formamos un colectivo al que se unieron algunos profesores y empezamos a estudiar algunas parcelas de la Neurofisiología no contempladas en los temarios.
¿De ahí surgieron más neurólogos?
Sí, casi todos acabamos en el campo de las neurociencias. Algunos se dedicaron al estudio de la Fisiología o la Farmacología, pero también recuerdo a uno de ellos que siguió el camino de la Psiquiatría más biológica.
Veo que marca una distancia con los psiquiatras…
Neurología y Psiquiatría nacen de un tronco común; después se separan, pero siguen caminos que son complementarios. Los psiquiatras llevan a cabo un conocimiento que se circunscribe al cerebro –nosotros también abarcamos problemas de la médula, el nervio periférico o la unión neuromuscular– en tanto que los neurólogos tal vez se diferencian por su método de trabajo, más enfocado al conocimiento del sistema nervioso.
En la Neurología confluyen la clínica y las ciencias básicas, algo así como una Neurobiología clínica que requiere del método clínico, en tanto que la Psiquiatría parte de diversas escuelas, algunas de las cuales, como el psicoanálisis, siguen otros caminos bordeando aspectos filosóficos y alejándose de la Medicina tangible y palpable.
Sin embargo, psiquiatras y neurólogos cada vez nos vamos encontrando más y vamos entrando en una línea de confluencia.
Los mentores también cuentan
Tal vez la ciencia médica sea más proclive que otras a realzar la figura de los mentores. Como todo médico de reconocida trayectoria, Exuperio Díez Tejedor ha bebido de fuentes diversas a lo largo de su carrera y se siente muy agradecido con ellas. Él mismo las ha enumerado.
“En mis inicios como clínico debo dar fe de la labor del profesor Barreiro Tella. Como investigador, no olvidaré a mi director de tesis, S. Lluch, del Departamento de Fisiología de la Autónoma. Tampoco dejaré de mencionar al profesor F. Reinoso como director del Curso de Neurobiología en el que participé. De mi estancia en la Universidad Western Ontario de Canadá, por último, aprecio al profesor V. Hachinski por la experiencia que me traspasó en el desarrollo de unidades de atención del ictus”.
¿En qué emplea más tiempo como médico?
La pregunta no es fácil de contestar. A partes iguales, me dedico a la clínica, la docencia y la investigación, que es la triple vertiente hospitalaria. La enseñanza, de hecho, la hacemos de una forma continua y casi insensible porque, sin darnos cuenta, al mismo tiempo que se atiende a los pacientes se va formando a los residentes y también a los alumnos en las prácticas clínicas. Y la investigación sería un error que fuese
el pariente pobre de la clínica como sucede en muchos centros, ya que los países que más prosperan económicamente son los que más la potencian, entre otros sitios en los hospitales. Pero no puedo separar por prioridad de dedicación las tres cosas.
¿Se considera un médico cientificista o humanista?
Se es mejor científico si se tiene una formación humanista, como recoge el famoso lema ‘Nada de lo humano me es ajeno’ de Publio Terancio. Hablo de formación intelectual en humanidades, no de una Medicina humanitaria, que es algo que va implícito en el mero hecho de ser médico. Se debe evitar una cultura unidimensional, es decir, si uno se relaciona con un solo grupo se llega a la utopía de
Un Mundo Feliz de Huxley donde todo el mundo está encasillado. Eso sería algo destructivo.
¿Qué humanidades le atraen?
Me ha interesado la pintura, el cine, la literatura –fundamentalmente poesía y ensayo–… Pero también expresiones de la cultura antropológica como la Arqueología y la Paleantología por la parte que nos toca como especie evolutiva. Sería muy aburrido dedicarse solo a la Medicina.
El laboratorio del Idipaz, donde el entrevistado coordina el Área de Neurociencias, investiga la rehabilitación del accidente cerebrovascular en ratones para aplicarlo en los pacientes.
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¿No le atraen las novelas, se queda en los ensayos?
He leído también muchas novelas, pero lo hago de forma muy rápida y no digo que no sean interesantes, pero me atrae más leer temas de ensayo y, ante todo, de poesía, que considero muy creativa y reconfortante.
¿Y la política, se interesa por ella?
Claro. Tiene cabida dentro de lo que entendemos por humanidades.
¿Qué opina de Donald Trump?
Ésa es una pregunta que ahora está de moda, claro. Diría que una cosa es la persona y otra el presidente, que todavía no conocemos.
Ahora mismo, me parece un maleducado con una grosería innecesaria y unas formas muy mejorables. Es algo que salta a la vista. Y volver al proteccionismo y al aislacionismo me parece un paso atrás en la Historia. Pero igual que a Obama le dieron un Premio Nobel de la Paz que, luego, tal vez no ha merecido, mucha gente está condenando a Trump antes de que gobierne, es decir, de su perfil gobernante no se puede opinar aún.
Aparte del mundo profesional e intelectual, ¿dedica energía a su familia?
Quizá le he dedicado menos tiempo del que hubiera querido, en especial en los años de juventud, donde uno mira más por hacer carrera, investigar, publicar, escribir… Pero la familia siempre ha sido para mí fundamental. En la medida de lo posible, procuro que los viernes por la tarde, y desde luego el fin de semana, sean para ella.
¿Tiene hijos que hayan recogido su testigo como médicos?
Los tengo, pero no ha habido suerte en eso. Para la Medicina se han de tener actitudes y aptitudes innatas que, si no se poseen, resulta muy difícil forzarlas. A mis hijos, de todos modos, yo no les he presionado para que fueran médicos como otros colegas que conozco que sí lo han hecho. Es más: cuando uno de los míos expresó su deseo de serlo, le dije que reflexionara, viera lo que suponía la Medicina, lo que había que conocer y estudiar y si esa dedicación a los demás estaba dispuesto a asumirla.
en corto
Libro de cabecera
‘La vida líquida’, de Zygmunt Bauman y ‘La insoportable levedad del ser’, de Milan Kundera y, de poesía, ‘Las iluminaciones’ de Rimbaud.
Una película
‘Casablanca’, de Michael Curtiz.
Su música favorita
La 9ª Sinfonía de Beethoven (la Oda a la Alegría), ‘Mediterráneo’ de Serrat, y ‘Yesterday’, de Los Beatles, pues el pasado siempre es un referente.
Una ciudad para vivir
Madrid.
Una ciudad para viajar
París y Londres.
Un objeto imprescindible
La radio.
Un personaje de su vida
Mi esposa.
Un personaje histórico
Sócrates y Ramón y Cajal como científico, no como mito.
Un equipo de fútbol
La Selección Española y el Real Madrid.
Un lema vital
‘Soy humano, y nada de lo humano me es ajeno’, de Publio Terancio.
¿Qué le hace feliz?
La familia y los amigos.
¿Se pasa el día en el hospital entregado a la causa?
No, pero mi trabajo no acaba a las tres de la tarde; salvo algún pequeño escarceo en la privada, me he dedicado por entero a la pública, y eso ocupa tanto la mañana como la tarde, cuando se hacen cosas más creativas relacionadas con la docencia y la investigación.
Hay quien percibe el trabajo como un castigo bíblico, pero los que tenemos la suerte de que nos gusta lo que hacemos, siempre estamos motivados aunque también caemos en el riesgo de quedarnos absortos en nuestro mundo profesional. Por eso es tan importante cortar los fines de semana.
Como parte de esa interrupción, ¿recomienda el deporte para mantener sano el cerebro?
El deporte es una trampa porque puede ser motivo de salud y de enfermedad. Quizá se ha sobrevalorado su parte buena. Los médicos recomendamos no llevar una vida sedentaria, pero eso no es hacerse 20 kilómetros diarios practicando
running (antes llamado
footing), realizar un sobresfuerzo, formar radicales libres y dañarse las articulaciones. La vida no sedentaria consiste en hacer un ejercicio continuo y mantenido que no suponga riesgos.
¿Qué clase de hábitos tiene para conseguirlo?
Evito el sedentarismo con actividades al aire libre, natación… y procuro, aparte, acostumbrarme a una dieta mediterránea sin azúcares refinados ni grasas saturadas pero sin obsesionarme. No tomar alcohol, no fumar… todas esas cosas que aconsejamos los médicos.
Como decía el experto en nutrición Grande Covián, hay que comer “de todo un poco y poco de todo”, además de dejar siempre el plato a la mitad de lo que te sirven. También me vale el refrán ‘poco plato y mucho zapato’.
Y aquí, en el propio hospital, ¿no le relaja ir un rato a la cafetería?
Una de las cosas que aprendí cuando estuve en Canadá es que lo de ir a la cafetería no entra en el horario de trabajo, es para después, porque se pierde mucho tiempo. Me costó llevarlo a la práctica, porque la costumbre aquí pasa por ir a tomar café al salir de las sesiones clínicas. Pero empecé a aplicarlo con los residentes, a quienes dije que, en ese momento, todos debían acudir a su puesto de trabajo. Piso muy poco la cafetería salvo que venga alguien y me presione mucho, y entonces voy y me tomo un poco de agua. En este sentido, tal vez sea el raro y sea ésta una concepción más anglosajona que española.
Como neurólogo, ¿aprueba prácticas orientales como el yoga y la meditación?
Sí, y, además, celebro que se refiera así a la meditación en lugar de con el anglicismo
mindfulness tan de moda y que en realidad significa lo mismo. Son tradiciones muy antiguas, vienen de las prácticas orientales, aunque también ha habido aproximaciones en Medicina como las técnicas de relajación de Jacobson. Y claro que ayudan: eliminan el estrés, bajan el nivel de ansiedad y proporcionan un punto de tranquilidad y de sosiego que permite al individuo afrontar problemas con la atención entrenada. Es interesante, es un hábito saludable en cualquiera de sus formas y, además, es barato.
Todo esto, llevado a su último extremo, permite controlar la frecuencia cardiaca, bajar el metabolismo… Por eso antes hablaba de la capacidad del cerebro para controlarlo todo.
Para usted, por lo que veo, lo mental y lo cerebral son la misma cosa.
Con su esposa en un ambiente más distentido que el hospitalario, durante su tiempo libre.
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No podemos separarlo. Fue una mala idea acuñar el término de enfermedad mental. Nadie habla de enfermedades de la afectividad; la lesión, el daño, siempre está en el cerebro, y en otro caso, se habla de trastornos o de diagnósticos más concretos como el desorden bipolar o la psicosis. Pero la epilepsia también es un trastorno funcional del cerebro que acaba produciendo crisis de distinto tipo y la atendemos los neurólogos. La gente no considera la epilepsia una enfermedad mental y sí, en cambio, la esquizofrenia, cuando todas son patologías cerebrales. Lo de mentales es un término confuso y, encima, llega la OMS y lo utiliza. Para otros órganos no se han ideado términos distintos.
En todo caso, deseo una estrecha colaboración con los colegas psiquiatras en cuanto que compartimos el abordaje de los problemas cerebrales y nos complementamos. Ellos tienen más experiencia en unas enfermedades y nosotros en otras.
¿Puede el cerebro enfermo cambiarse a sí mismo?
Se puede reparar el daño, mejorar la función y lograr la recuperación, que es lo que más motiva ahora mismo a mi equipo investigador. Se puede hacer porque es posible la formación de nuevas neuronas o neurogénesis, a pesar de que Ramón y Cajal dijera erróneamente que no y generara un dogma científico al respecto.
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