Miguel Gelabert, jefe del Servicio de Neurocirugía del CHUS.
11 abr. 2023 8:00H
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Miguel Gelabert, jefe del servicio de Neurocirugía del Hospital Clínico Universitario de Santiago (CHUS), lleva 23 años implantando, junto a su equipo, uno o más electrodos en el cerebro para tratar de limitar y corregir los síntomas motores del párkinson. Aunque sigue siendo necesaria la medicación para controlar la enfermedad, limita la actividad del núcleo subtalámico que es el que se encuentra alterado y hace que aparezcan los temblores en los pacientes. La pandemia redujo el número de pacientes operados al año, aunque la media debería estar entre 20 y 25 personas. "Funciona parecido a un marcapasos, que es lo que todo el mundo conoce", analiza Gelabert.
¿En qué consiste la Estimulación Cerebral Profunda (ECP)?
Hay dos tipos de estimulación cerebral. La superficial, que es la que se hace sobre la corteza, directamente sobre el cerebro, y la profunda, la que se hace en el interior. Consiste en colocar uno o más electrodos en un núcleo determinado de la vía motora, que es el que se encuentra deteriorada en los pacientes que tienen enfermedad de párkinson. También se emplea en pacientes con temblor, dentro de los trastornos de movimiento. Esos electrodos se desplazan por debajo de la piel, por detrás de la oreja hasta la región pectoral y ahí le colocamos una batería, pila o neuroestimulador que emite, continuamente, la corriente eléctrica de pequeña amplitud. Esa corriente hace que el núcleo subtalámico, en el caso del Parkinson, que es el que está alterado, limite la actividad. Por eso desaparece el temblor que tienen estos pacientes.
¿De qué forma se aplica a pacientes de párkinson?
Los pacientes con párkinson durante los primeros cinco o diez años van respondiendo más o menos bien a los tratamientos farmacológicos, por lo que no son candidatos a cirugía. Pero después, empiezan a no responder igual, a tener que necesitar más medicación o sufrir efectos secundarios. Ahí es cuando les proponemos hacer esa ECP.
¿Cuál es su experiencia con la aplicación de la técnica: a cuántos pacientes ha tratado ya y desde cuándo la utiliza?
Hicimos el primer caso en abril del año 2000, por lo que estos días hace 23 años. En ese tiempo llevamos operados una aproximación de 400 pacientes. Alrededor de veinte o 25 casos al año, o eso era lo que hacíamos antes de la pandemia.
¿Qué beneficios han observado en estos pacientes tratados con ECP?
Los pacientes de párkinson tienen dos síntomas. Los motores, que son los que conoce todo el mundo, como la rígidez, caminar despacio, el temblor... pero tiene también síntomas no motores. Los cambios de carácter, tendencias depresivas, estreñimiento o trastorno del sueño. Con la ECP mejoramos de manera notable los síntomas motores. Es un efecto que se mantiene a lo largo del tiempo. Si buscamos a pacientes operados hace diez o quince años, lo veríamos.
Además, otra de las ventajas que encontramos es que podemos regular la intensidad, con más o menos voltaje o intensidad. De forma que si la enfermedad va avanzando podríamos darle más intensidad de corriente. Se va modificando. Exactamente igual que un marcapasos del corazón.
¿Cómo se combina la aplicación de esta tecnología con el abordaje farmacológico del paciente?
Nosotros no curamos la enfermedad con la ECP, sino que mejoramos esos síntomas motores. El paciente, o al menos la mayoría, sigue tomando medicación. Prácticamente todos la reducen, y eso es muy importante porque las medicaciones suelen tener efectos secundarios. Pero un grupo pequeño de pacientes incluso llega a estar sin medicación, aunque después la enfermedad sigue avanzando. Nosotros no curamos la enfermedad de párkinson, atenuamos sus síntomas.
¿En qué plazo detectan las primeras mejoras y cómo es la evolución desde que se implanta?
La mejora es inmediata. Por poner un ejemplo: si operamos a un paciente el martes, el miércoles por la mañana ya lo tenemos en nuestra planta tras pasar por reanimación. Ahí ya le activamos la pila y le ponemos un voltaje bajito para ver cómo responde. Ahí ya mejoran, es instantáneo. Si en algún momento apagamos la batería, los síntomas reaparecen. Además, se mantiene en el tiempo, mientras haya estimulación los síntomas estarán más o menos controlados.
La evolución después se mantiene estable, tratamos de mantener los niveles de estimulación en el tiempo. Pero si vemos que el paciente empeora, podemos cambiar los parámetros, o hacer modificaciones en la medicación, porque jugamos y combinamos ambas cosas.
¿Qué formación exige al profesional sanitario?
En el equipo que hace la cirugía está un neurocirujano, un neurólogo, que es el médico natural del paciente con párkinson y el que lo conoce, y luego está el neurofisólogo, que es el que registra los núcleos cerebrales y las células para saber que estamos en el núcleo subtalámico en el caso de esta enfermedad. Exige tener conocimientos de estereotaxia, una parte de la neurología que nos ayuda a identificar los núcleos cerebrales.
Nosotros vamos introduciendo el electrodo poco a poco y registramos la actividad de las células. Cada núcleo tiene unas particularidades entonces así podemos identificar bien el subtálamo.
Una vez implantado, ¿qué tipo de revisiones exige al paciente?
Al principio se hacen muy seguidas porque buscamos los mejores parámetros de estimulación. Pero luego, con hacer una revisión cada seis meses ya sería suficiente.
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