La falta de sueño puede inhibir la producción de melatonina, según la autora del estudio.
Dormir bien de noche podría salvarle la vida a los hombres. Al menos así parece desprenderse de un
estudio que fue presentado recientemente en el
encuentro anual de la Asociación Americana para la Investigación del Cáncer (AACR) y que sugiere un
“vínculo potencial” entre la
privación del sueño y el
cáncer de próstata mortal.
Los resultados del estudio provienen de un
análisis de datos a largo plazo de más de
823.000 hombres en Estados Unidos. Del análisis de estos datos, se observa que los hombres menores de
65 años que duermen solo
de tres a cinco horas por noche parecen tener un
55 por ciento más de probabilidades de desarrollar un cáncer de próstata letal que los que duermen las siete horas recomendadas por noche.
Los autores recuerdan que su estudio es
“preliminar”, y por tanto pendiente de ser publicado en una
revista científica. Según la interpretación que hacen de los datos, también extrae que los varones que declararon dormir unas
seis horas por noche parecen tener asociado un riesgo un
29 por ciento superior de desarrollar cáncer de próstata.
Uno de los principales puntos débiles del estudio es su carácter
declarativo (se basa en las horas que dicen dormir los hombres), pero “si otros estudios lo respaldasen, estos hallazgos evidenciarían la importancia de
dormir de forma adecuada para tener una
mejor salud”. Así lo explica la coordinadora del estudio,
Susan Gapstur, en una
nota difundida por la AACR.
Melatonina
A modo de hipótesis,
Gapstur señala que la falta de sueño puede inhibir la
producción de melatonina, algo que a su vez parece estar relacionado con un aumento en las mutaciones genéticas, un mayor
daño oxidativo, una reducción en la reparación del ADN y un sistema inmunitario debilitado.
Pese a todo, los autores del estudio intentan tranquilizar de momento a los hombres que duermen poco, ya que –insisten– los datos son
preliminares y se necesita
más investigación para entender mejor qué mecanismos hay detrás de los resultados obtenidos. Los datos son “
intrigantes”, según Gapstur, y contribuyen a generar evidencia entre la relación entre los ritmos circadianos y la carcinogénesis, pero, por el momento,
no justifican lanzar la voz de alarma.
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