Las consecuencias negativas del acoso escolar se pueden prolongar muchos años.
21 dic. 2017 16:30H
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POR REDACCIÓN
Los niños y adolescentes que sufren acoso, también conocido como bullying, o experimentan situaciones de violencia son más propensos a desarrollar enfermedades cardiovasculares en la edad adulta, según una nueva declaración científica de la Asociación Estadounidense del Corazón publicada en Circulation.
"Estamos hablando de niños y adolescentes que sufren abuso físico y sexual y son testigos de violencia. Tristemente, las consecuencias negativas de experimentar estos eventos no finalizan cuando la experiencia termina, sino que dura muchos años después de la exposición", explica Shakira Suglia, presidenta del grupo de redacción de la declaración y profesora asociada de epidemiología en la Universidad de Emory en Atlanta, Georgia.
De acuerdo con esta declaración, que se ha basado en una revisión de investigaciones científicas ya publicadas, existe una fuerte vinculación entre las experiencias adversas en la infancia y la adolescencia y una mayor probabilidad de desarrollar enfermedades en la edad adulta como obesidad, presión arterial alta y diabetes tipo 2, en comparación con los menores que no las sufren.
La adversidad se define comúnmente como cualquier cosa que los niños perciben como una amenaza a su seguridad física o que pone en peligro su estructura familiar o social, incluyendo abuso emocional, físico o sexual, negligencia, intimidación por pares, violencia en el hogar, divorcio de los padres, separación o muerte parental, abuso de sustancias, vivir en un vecindario con altas tasas de delincuencia, falta de vivienda, discriminación, pobreza y la pérdida de un familiar u otro ser querido.
El estrés recurrente en la infancia aumenta el riesgo de depresión y ansiedad
Además de los riesgos para el corazón, las situaciones de estrés recurrente como el acoso escolar o las experiencias traumáticas relacionadas con la violencia pueden suponer problemas para la salud mental de los menores, como la aparición de depresión o ansiedad a edades muy tempranas. Si esta tensión, inusual para personas de tan corta edad, se hace crónica también puede alterar el desarrollo y las funciones inmunes, metabólicas, nerviosas y endocrinas normales.
Además, estas afecciones mentales, a su vez, suelen conducir a comportamientos poco saludables, como comer en exceso, lo que deriva en patologías cardiovasculares y metabólicas.
No obstante, según esta declaración, no todos los niños que crecen rodeados de adversidades desarrollan enfermedades cardiovasculares o mentales, lo que sugiere que una variedad de factores biológicos, ambientales, culturales y sociales pueden ayudar a reducir el riesgo y prevenir su aparición, a pesar de las experiencias traumáticas. Por ello, los autores señalan que hacen falta más investigaciones para comprender mejor estas variables que algún día podrían conducir al desarrollo de estrategias preventivas.
Asimismo, advierten que la evidencia es observacional y no necesariamente prueba causa y efecto. Sin embargo, agregan, el cuerpo de investigación en rápido crecimiento es un indicador importante de que la adversidad infantil es un modulador potente y crítico de la enfermedad y la salud.
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