En una época marcada por la sobreabundancia de información y el crecimiento de movimientos que cuestionan los fundamentos de la medicina basada en evidencia, es más crucial que nunca reafirmar el valor de la ciencia en la salud pública. La ciencia, como método riguroso y objetivo, proporciona a la ciudadanía la información necesaria para tomar decisiones informadas y responsables sobre tratamientos seguros y eficaces. Esto no solo evita que las personas pongan en riesgo su salud, sino también que vean comprometidos sus recursos económicos, e incluso que pierdan la oportunidad, retrasen o rechacen terapias con evidencia demostrada.
Como herramienta esencial para realizar una investigación y aplicarla al ámbito de la salud se sigue el método científico, que permite generar un conocimiento objetivo, verificable y compartido. Este proceso fomenta comunidades globales de pensamiento y práctica, donde los saberes se expanden y se custodian, generando un avance continuo de la ciencia.
Sin embargo, en paralelo a estos avances, asistimos a la proliferación de pseudociencias y pseudoterapias, técnicas que carecen de respaldo científico y que, en algunos casos suponen un riesgo potencial para la salud individual y colectiva, siendo un ejemplo claro es el MMS (solución mineral milagrosa) o clorito de sodio. Lamentablemente, estas prácticas suelen aprovechar la desesperación de los pacientes, prometiendo resultados tan rápidos y seductores como falsos. Este aprovechamiento económico es una forma de explotación que mina la confianza en las instituciones sanitarias y, lo que es peor, pone en peligro la vida de muchas personas.
En cumplimiento de nuestro compromiso ético con la sociedad y con los pacientes, la Organización Médica Colegial no solo promueve la defensa de la medicina basada en la evidencia, sino que trabajamos para garantizar que tanto los profesionales de la salud como la población general tengan acceso a la mejor información posible, un esfuerzo que recogido en nuestro Código Deontológico, se materializa en formación, divulgación, sensibilización y en alianzas con las administraciones responsables de la sanidad.
Debemos avanzar juntos todos los actores implicados. Resulta imperativo enfatizar la investigación basada en las necesidades de salud y bienestar, promoviendo innovaciones que realmente añadan valor sanitario y social, así como fomentar una formación continua para los profesionales sanitarios que les permita interpretar críticamente la literatura científica, asegurando que estén actualizados en las mejores prácticas y metodologías.
Otras iniciativas como impulsar la Ciencia Abierta, garantizando la transparencia en la investigación y poniendo los resultados a disposición de la ciudadanía de forma libre y accesible, sin generar falsas expectativas; mejorar la evaluación del desempeño científico, priorizando la calidad y pertinencia de las investigaciones sobre la cantidad de publicaciones y promover la transparencia y prevenir conflictos de interés, deben de formar parte de esta estrategia por la ciencia en España.
Profesionales y ciudadanía deben ser plenamente conscientes de que Ciencia y Medicina son un binomio inseparable que representa la base del progreso en salud pública y en la mejora de los servicios sanitarios.
En definitiva, es responsabilidad de todos garantizar que el conocimiento, basado en la mejor evidencia científica disponible, sea la base de la toma de decisiones en salud. Médicos, científicos, instituciones, ciudadanos y Administración debemos unir fuerzas para combatir la desinformación y las pseudoterapias, asegurando que los avances científicos se traduzcan en mejoras reales para la salud de las personas. Solo así podremos construir un sistema sanitario que responda a los desafíos del presente y sea eficiente y sostenible, y que no comprometa los recursos para las generaciones futuras.