Dicen que el paso del tiempo afecta a nuestra percepción de lo vivido y experimentado en función del impacto que tienen en nosotros los hechos que se van sucediendo en nuestro caminar diario. ¿Son muchos doce meses? ¿Un año de toda nuestra vida puede calar tan hondo como si de un lustro o una década se tratase?..
Respuestas hay como personas a las que se les pregunta, pero creo que la opinión generalizada ahora, no solo en nuestro país sino en todo el mundo, es que el devenir de los acontecimientos desde principios del pasado año ha supuesto una gran conmoción a nivel personal, profesional y social para todos y todas.
Esta misma semana del pasado año vivíamos con una honda y creciente preocupación la cada vez mayor incidencia a nivel mundial de una enfermedad, desconocida hasta escasos semanas antes, y llegaban las primeras noticias de un posible confinamiento domiciliario para evitar el colapso de nuestro Sistema Nacional de Salud (SNS).
Las enfermeras y enfermeros, como profesionales sanitarios y también como ciudadanos, constatábamos, día tras día, que la gravedad y virulencia de la Covid-19 no tenía precedentes en nuestra historia reciente y vislumbrábamos ya un horizonte de penosidad, sufrimiento, extenuación e indefensión.
Mientras escuchábamos y agradecíamos las innumerables muestras de apoyo y cariño por parte del conjunto de la ciudadanía, el campo de batalla en el que nos encontrábamos para luchar contra una enfermedad aún sin cura conocida se tornaba cada vez más duro y peligroso.
Sin protección, sin descanso y sin apoyos suficientes atendíamos y cuidábamos de la mejor manera que las fuerzas y los medios nos dejaban a miles y miles de personas en cuyo rostro veíamos el lógico miedo ante un futuro desconocido.
Las enfermeras, único contacto entre pacientes y familiares
Durante muchas semanas fuimos también el único punto de unión de las personas enfermas con sus seres queridos. Su única compañía y consuelo a la hora de lidiar con las consecuencias de una enfermedad cruel y envalentonada. No somos aún conscientes del impacto que en nuestro ser han dejado los ojos de todas estas personas y, especialmente, los de aquellas que se aferraban a la vida hasta el último momento.
Continuamos junto a todas estas personas cuando se logró disminuir la tensión y sobrecarga asistencial y se iniciaron nuevas actuaciones para evitar más contagios a través de la detección y seguimiento de casos. También en esta importante labor asumimos una gran responsabilidad las enfermeras y enfermeros que seguíamos doblando turnos en detrimento de nuestra vida personal y familiar.
Tras la primera ola, llegó la segunda y ya con el fin del año la esperanza en forma de nuevas vacunas que aseguraban acabar con los efectos más graves de la enfermedad. Ahora, cuando se cumple casi un año del establecimiento del estado de alarma en nuestro país, nos encontramos inmersos en el proceso de inmunización del conjunto de la población y, una vez más, somos las enfermeras y enfermeros piezas decisivas en el mismo al ser los responsables del control, vigilancia y administración de las vacunas.
Covid-19: doce meses de lucha sin descanso
Han transcurrido ya doce meses de una lucha sin descanso, nos encontramos en la tercera ola y las enfermeras y enfermeros seguimos aportando nuestra profesionalidad, responsabilidad y compromiso con la sociedad para que la salud y seguridad de cualquier persona sea lo primero, independiente del lugar en el que resida o los medios de los que disponga.
Para las enfermeras y enfermeros, como para el resto de la sociedad, la pandemia de la Covid-19 ha explosionado en nuestras vidas con un resultado a nivel psicológico, físico y emocional aún desconocido. Todo lo vivido y sufrido nos marcará para siempre, pero somos muy conscientes de que nuestra entrega, esfuerzo y dedicación ha dado salud, esperanza y vida a millones de personas.