Los clichés son muy inapropiados, pero a la vez son deliciosamente gráficos. El cliché del médico de antes, poderoso, trajeado, fáctico y de buen ver, hasta un poco gordo y por supuesto fumador ha ido cambiando hacia el médico todoterreno y proletario, descamisado y corriente como un celador, saludable y plenamente consciente de que es funcionario y no profesional liberal como lo era su abuelo. En esta transición a peor, o a mejor, depende el prisma ideológico desde el que se juzgue, encontramos a Juan Ramón González-Juanatey, que no es ni una cosa ni la otra, que no es médico de los de antes, pero tampoco de los de ahora, y cuya imagen pública es tan peculiar que casi alcanza a sus méritos de reconocido cardiólogo.
Es extremadamente delgado, como un keniata, como un etíope, y es fácil imaginarle en carrera igual que un atleta. Lejos de la élite, pero muy cerca de sus zapatillas, que le acompañan en cualquiera de sus viajes. La fama deportiva casi le llega gracias al tenis, en el que despuntó notablemente. Pero ahora combina la cardiología con el correr, lo cual tiene todo el sentido del mundo, pero que ni mucho menos siempre ocurre. Su condición atlética seguro que le hace ser constante, testarudo e inasequible. Y puede que esas virtudes le acompañen también en su profesión.
Un atleta en la profesión es una bendición. Porque la profesión necesita atletas, tipos delgados, gente nueva y presentable, cuya salud a flor de piel termine empapando todas las estaciones de su periplo: en el caso de Juanatey, la Facultad de Medicina de Santiago, Cardiología del CHUS, la SEC, ahora la Comisión Nacional, quién sabe más adelante. Seguro que habrá cierta previsibilidad en su trayectoria porque alguien que lo primero que hace al llegar a un sitio nuevo es ver dónde puede echar a correr no puede defraudar. Y desde luego que es de fiar.
Si muchos de los actuales responsables de la profesión fueran atletas, como Juanatey, ganaríamos en paciencia, en esfuerzo y en el largo plazo, algo tan básico como inexistente en nuestra sanidad. Aupado al púlpito político, aunque con fecha de caducidad, con el honor intacto del reconocimiento asistencial, Juanatey viene desplegando su ideología en sus diferentes intervenciones que son en definitiva la prueba inequívoca de que le pega mucho más ser atleta que tenista.
De origen confesablemente, y a mucha honra, humilde, Juanatey no lleva por bandera el logro individual como la razón de su éxito. Su historia, como la de otros muchos, es el resultado de la educación y la sanidad públicas, que permite edificar el bienestar sobre miles y miles de ejemplos de realización personal y profesional gracias al esfuerzo compartido. De ahí su llamamiento público, a cada ocasión en la que tiene oportunidad, a mantener la calidad del sistema, a estar muy pendiente de los resultados en salud, y a no permitir, como está sucediendo tras esta intensa crisis, que los más vulnerables y desfavorecidos sean los más perjudicados por la orientación de las políticas económicas.
Con todo lo individual que es su hábito atlético, Juanatey es un convencido del trabajo en equipo, del cambio posible en las organizaciones humanas, al que se llega mediante el ejemplo y el convencimiento de que lo que sucede no es casualidad. Siempre mira hacia adelante, como en carrera, acumulando kilómetros, igual que a las buenas experiencias con las que comparar y a las que poder superar. Ese modelo lo ha trasladado a la Sociedad de Cardiología, ya de por sí excelente y rimbombante. Pero aún debe ser posible mejorar. Igual que con la Comisión Nacional. Porque no hay nada como el afán de superación para conseguir el movimiento. Y mientras tengamos al atleta Juanatey activo y visible en la profesión, será mucho más posible ir haciendo camino al andar.