En este mundo tan digital cada día cobra más fuerza la cuantificación de méritos para poder acceder a puestos, subvenciones y ayudas. Evidentemente, la ciencia no se ha quedado atrás y todas las convocatorias lucen, o deslucen, criterios de cuantificación de la calidad. Algunas cosas son lógicas y de sentido común, entre ellas están la posesión de un título, un grado, una especialización, pero otras son difíciles de apreciar a la par de imprescindibles. Y la pregunta es: ¿Cómo cuantificar justamente la producción científica?
Hay cierto consenso en que el foco debe estar puesto en los estudios aparecidos en revistas donde para publicar se atraviese el tortuoso camino de la revisión “por pares”, traducción algo imprecisa que significa someterse al criterio de profesionales “parecidos a ti”. Es entonces donde comienza un baile interesante e interesado. Quedarnos tan solo con el número total de artículos no habla de calidad, por ello este índice queda automáticamente descartado, y la balanza se inclina a favor de los factores que tienen en cuenta el impacto relativo de la revista donde aparecen los artículos de un investigador.
El llamado “factor de impacto” se calcula teniendo en cuenta la cantidad de veces que un estudio publicado en una revista es mencionado en otra, y de esa manera tenemos a la anhelada New England of Medicine mirando al resto de magacines desde su cúspide de 70 puntos de impacto. Sin embargo, no es del todo justo quedarnos con esta cuantificación. El hecho de que el ser humano se deja llevar por las tendencias hace que las revistas con ciertas temáticas estén de moda; su factor de impacto sube como la espuma dejando detrás otras materias.
Entonces no sería equitativo evaluar a un inmunólogo y a un dermatólogo por este índice. A día de hoy las revistas de inmunología tienen más impacto que las de dermatología, por lo que necesitamos una especie de corrector por áreas de conocimiento. Para ello existen los llamados cuartiles que consiste en ordenar por su factor de impacto todas las revistas de una temática y establecer cuartiles. Aquellas ubicadas en el primer cuartil serán las más apreciadas en la especialidad. Por ende, el número de artículos publicados en revistas ubicadas en el primer cuartil, y el primer decil, constituye un buen baremo para poder comparar la calidad de dos investigadores que desarrollan su actividad en áreas diferentes. No obstante, ya muchas voces proclaman fallos evidentes en esta clasificación, todo parece indicar que la frontera entre los cuartiles uno y dos es difusa.
Hasta aquí, nos parece medianamente claro que la calidad de un estudio correlaciona directamente con la revista donde aparece publicado y esto se refleja, perfectamente, en la cantidad de publicaciones que tiene un investigador en el primer cuartil y primer decil de su área. Sin embargo, en un número importante de ocasiones el artículo no tiene un envejecimiento digno, lo cual se manifiesta en pocas citaciones del trabajo por parte de otros científicos. Por ello, las agencias financiadoras, comités de selección y evaluadores en general han introducido otro elemento, interesante e igualmente interesado, hablo del factor H. El gran índice H ha aparecido como salvador de todos los males porque su valor se refiere a la cantidad de citas que han tenido los artículos en los que aparece un investigador. Sin embargo, olvida el detalle de hacer una corrección sobre la propiedad del estudio, nunca sabemos si estamos delante de un investigador cuyos trabajos se han producido bajo su real égida o ha colaborado para que ideas y datos de otros salgan adelante, lo cual tiene mérito pero cae en otro rango.
Con el índice H, así tal cual, podemos cubrir de gloria a un investigador que en toda su vida no ha escrito un solo trabajo y, por el contrario, defenestrar aquel que toda su producción ha salido de sus manos, ideas y laboratorio. ¿Dónde está el equilibrio? Probablemente en las mezclas, en los matices. Un índice H calculado sobre los artículos de producción propia, digamos aquellos en los que el investigador aparece como primer, último o autor para la correspondencia, nos hablará de la solidez de un científico en la dirección de su línea de investigación. Pero podemos ir un poco más lejos y buscar una opción cuyo resultado sea muy visible. Por ejemplo si dividimos el índice H, calculado sobre los artículos propios, por el global donde se tiene en cuenta todos los artículos publicados por el científico en cuestión, tendremos un cociente que se acercará a uno cuanto más sólido sea el investigador. Lo demás, cae en la florida capacidad que tenemos los humanos de adornar de excelencia lo que realmente es colaboración.