Este
último domingo de 2020 ha entrado en la historia de España por un gesto de salud íntimamente ligado al conocimiento: la
vacuna contra el Covid-19 ha sido inoculada a una persona de riesgo y a una profesional de la salud. Y ambas vacunaciones las ha administrado una
enfermera. Primeras acciones de una larga cadena que busca la inmunización de todos frente a la infección que genera este coronavirus.
El conocimiento os hará libres, advirtió
Sócrates siglos atrás, y aunque quedan aún meses por delante de
mascarilla y distanciamiento social (y de mucho trabajo en hospitales y centros de salud) la investigación está más cerca de liberar a la Humanidad de la más inmediata amenaza sufrida en el último siglo.
Queda para la posteridad el
eterno agradecimiento a todos los profesionales de la salud que durante casi un año pararon el golpe más duro con su esfuerzo titánico y las armas que el saber de sus oficios ofrecían hasta la fecha. Incluso ante una situación tan extrema, el ingenio se agudizó dando lugar a nuevos descubrimientos sobre la marcha.
También colectivos como el de las
empresas de oxigenoterapia y otras tecnologías demostraron su compromiso y valor aportando soluciones casi mágicas cuando la sobresaturación hospitalaria pedía a gritos
nuevas infraestructuras improvisadas.
Pero este domingo cobra un
protagonismo especial la industria farmacéutica. Pfizer y Biontech sin duda pasarán a la historia como pioneras en el hallazgo, pero también lo harán todas las compañías que se lanzaron a investigar una solución para un problema de una envergadura colosal. Y no solo las que buscaron la vacuna, también aquellas que hicieron posibles alternativas terapéuticas cuando la situación peor estaba en las urgencias y plantas de centros sanitarios de todo el país.
"En un momento delicadísimo desde la perspectiva de la salud, de la economía, de los valores, el compromiso de la industria farmacéutica con el conocimiento y el avande científico ha hecho posible el hito histórico que hoy celebramos"
|
La
industria farmacéutica occidental ha sido la más transparente, relatando en tiempo real tropiezos, avances, dudas y éxitos. Los efectos adversos son consecuencias lógicas del desarrollo de terapias y a una sociedad madura y democrática no se le puede escatimar información porque pierde la confianza.
Y eso es precisamente lo que ha revalidado
la industria farmacéutica, la confianza de la sociedad. En un momento delicadísimo desde la perspectiva de la salud, de la economía, de los valores, el compromiso de este sector con el conocimiento y el avance científico ha hecho posible el hito histórico que hoy celebramos.
Decía el recordado
Albert J. Jovell, médico y humanista irrepetible, que un gesto en apariencia tan menor como el de comprar un bote de refresco en una tienda que no respeta los horarios ni las condiciones laborales es contribuir a la injusticia y empobrecer la sociedad.
No perdamos de vista en ninguna circunstancia el valor de la industria farmacéutica occidental, porque es un pilar básico de nuestra cultura, en sintonía con nuestras señas de identidad.
El valor de la investigación, de la ciencia, la apuesta por el desarrollo, la inversión económica son rasgos habituales en la industria farmacéutica que ahora toman una relevancia especial. Algunos ciudadanos y gobiernos puede que estén descubriendo ahora estas cualidades. Sin embargo, son características que se reconocen en este segmento empresarial desde hace décadas. E igual que son esenciales en las
batallas contra el cáncer, la hepatitis y en infinidad de patologías, algunas ultra-raras, hoy lo son contra el Covid-19.
Por eso al agradecimiento a los profesionales de la salud, a los de la tecnología sanitaria que han provisto de oxígeno y respiradores, entre otro material necesario, hay que sumar sin duda las gracias que merece la industria farmacética. Todos unidos conforman el sistema sanitario, a todos ellos la sociedad les debe al menos
una muestra de gratitud y tener siempre presente cuál es su valor.