Este sábado 25 de enero se celebra el examen MIR en todo el estado. Este año se ofrecen un total de 11.943 plazas de diferentes ramas sanitarias que incluyen varios perfiles profesionales (medicina, enfermería, farmacia, química, biología…). De estas, 9.007 son plazas para médicos y médicas, 1.403 de las cuales se ubican en centros y unidades docentes catalanas.
Lo primero que hay que destacar es que se ha incrementado el número de plazas en un 3 por ciento respecto al año pasado. En los últimos 10 años, el aumento ha sido significativo, de hasta un 50 por ciento si se compara la cifra actual con las 6.017 plazas MIR que se convocaron en 2015. Después de la crisis económica y los recortes sanitarios, la convocatoria de plazas MIR ha crecido de manera progresiva, impulsada especialmente por dos factores: el déficit de demografía médica y la pandemia del Covid.
Este es el contexto, ahora conviene preguntarse qué encontrarán los futuros médicos y médicas especialistas dada la compleja situación del sistema sanitario. Los MIR, lejos de lo que puede pensar una parte de la población, no son estudiantes o médicos en prácticas. Son profesionales médicos graduados, con elevados conocimientos clínicos, que están formándose para ser especialistas. Cuando terminen esta formación sumarán un mínimo de 11 o 12 años de estudio intensivo, que deberán mantener (con un poco menos de exigencia) a lo largo de su carrera profesional. En muchas ocasiones son los primeros profesionales del sistema, la cara más visible, ya que trabajan (supervisados) de manera autónoma. En determinados servicios (urgencias médicas, quirúrgicas o pediátricas, hospitalarias o ambulatorias) son mayoritarios. Esto demuestra su importancia para el funcionamiento ordinario del sistema.
Los MIR que empezarán este curso nacieron en el año 2000, al menos aquellos que hayan hecho la carrera en los seis años preceptivos y se presenten por primera vez al examen. Son muy jóvenes y pertenecen a la llamada “generación Z”. Tienen nuevas formas de aprender, de relacionarse y, probablemente, una forma específica de ver la vida. Hace muchos años que se genera de forma lenta pero constante un cambio de tendencia: los gestores sanitarios dicen que los médicos y médicas jóvenes tienen prioridades vitales distintas, donde el trabajo es un segmento más de la vida, pero no el que vertebra todo lo demás. La profesión médica siempre se ha considerado vocacional y en gran parte lo sigue siendo. Pero también es cierto que las nuevas generaciones priorizan la vida personal, el ocio y aquello que va más allá del ejercicio profesional. Lejos de suponer una dificultad o un hándicap para el sistema, debería valorarse como una oportunidad y una palanca que permita ciertos cambios y mejoras.
Los MIR de 2025 tendrán un contrato laboral con un sueldo base que supera por poco el salario mínimo interprofesional. Su sueldo final será superior, pero solo gracias a trabajar una multitud de guardias de 24 horas. Esta es la primera piedra que encontrarán en su camino: jornadas maratonianas, con muchas horas de trabajo muy intenso y una toma de decisiones constante bajo presión. Hace muchos años que la mayoría de los países europeos ha eliminado las jornadas de 24 horas por estar relacionadas directamente con el agotamiento físico y mental, porque es evidente que nadie puede tomar decisiones igual de lúcidas después de tantas horas trabajando. Esta es una de las grandes tareas pendientes: la reorganización del sistema con jornadas de trabajo limitadas que respeten los descansos, sin malmeter la atención a los pacientes y sin perjudicar económicamente a los profesionales.
Durante la residencia, la formación académica en ningún momento se detiene. Los nuevos MIR deberán estudiar, aprender técnicas, enviar pósteres y casos a congresos y jornadas, en paralelo a las tareas asistenciales. En la mayoría de las ocasiones, el tiempo para hacerlo saldrá de las horas de supuesto descanso y desconexión. Asimismo, los residentes sufrirán la presión asistencial de un sistema permanentemente tensionado e infradimensionado que tampoco permite a los tutores encontrar el tiempo necesario para supervisar como se debería a los jóvenes facultativos. Los gestores lo saben y dan por hecho que los profesionales, en su conjunto, dedicarán esfuerzos y horas de trabajo para que el impacto de las deficiencias del sistema sobre los pacientes se minimice considerablemente. Esta es la realidad de nuestra sanidad.
No obstante, las plazas MIR han aumentado sustancialmente y este hecho se debe valorar positivamente, ya que es necesario para cubrir el gran volumen de jubilaciones que se producirá en los próximos años con el retiro laboral de la generación del baby boom. Por otro lado, se ha anunciado la voluntad de abrir más facultades de Medicina. Si en el futuro tenemos más graduados que plazas MIR disponibles, el embudo se trasladará a otro punto y podremos llegar a tener un excedente de profesionales. Por eso es crucial que las administraciones planifiquen a largo plazo y se coordinen, para que dispongamos de los profesionales necesarios en cada momento.
Entre los años 2029 y 2030, los MIR que se examinarán este sábado decidirán si quieren o no hacer carrera en un sistema público que habrán visto desde dentro durante cuatro o cinco años. Mientras tanto, el ámbito privado reclamará cada vez más profesionales con un 40 por ciento de la población con doble cobertura. Los que defendemos la sanidad pública queremos que los MIR encuentren un sistema atractivo desde el principio, que posteriormente les ofrezca puestos de trabajo estables, correctamente remunerados, con incentivos formativos y docentes, que puedan sentirse suyos. Por el contrario, estamos abocados a perder una parte de estos profesionales, bien hacia el extranjero o hacia sistemas paralelos al público.
Es trabajo de todas las administraciones cuidar a los residentes. Son el futuro, pero también el presente inmediato. Nos jugamos muchísimo, aquello que no se puede reemplazar ni cambiar: nuestra salud.