Pedro Orós (en el centro), el día que recibió el premio de la Real Academia de Medicina; con José Ramón Auria (Fundación CAI) y Luis Miguel Tobajas, presidente de la Academia (dcha).
“Medicina social”. Lo repite varias veces durante la charla. Se llama
Pedro Orós Espinosa, es pediatra, jubilado del Salud aragonés “a la fuerza” en mayo de 2017. Lo curioso (quizá excepcional) de su caso es que, para muchos vecinos del
barrio rural de Casetas, él sigue siendo su médico de un modo sentimental, nostálgico. Hay una tarea asistencial que pervive y enraiza en este
municipio obrero situado a 15 kilómetros al oeste de Zaragoza donde varias generaciones han pasado por una consulta que tenía un ventanal tras la mesa del médico y una puerta lateral que comunicaba con Enfermería. Era un espacio blanco, aséptico, frío, donde estaba
“el Pedro”, pediatra del lugar desde marzo de 1983 y hasta el mencionado mayo del 17; mes de la patrona y de aquel adiós administrativo que acompañó a sus 65 años. En ese tiempo, la consulta había roto lo gélido inherente a cualquier edificio de la Administración: había dibujos de sus pacientes decorando una pared apátrida que ya era de alguien.
“La otra opción era ser maestro porque los niños siempre me han gustado mucho”, explica. Facultativo por tradición familiar,
su padre fue un querido médico rural cuyo desempeño en Escatrón y La Puebla de Alfindén le sirvió para conocer de primera mano la Medicina de cercanía, subsistencia, ciencia y conciencia que exigen los pueblos. De ahí salió a
estudiar Medicina en Zaragoza y el MIR de Pediatría en Pamplona; y allí constató que su vida serían las consultas fuera de un hospital. Recuerden que Orós habla de “Medicina o Pediatría social” pero anticipa otro hecho clave en su carrera: “Soy un animal social”.
Pedro Orós con una compañera en los años 90.
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El mismo que, tras pasar unos primeros años en el municipio barcelonés de Puigreig, en aquel marzo del 83 llegó a Casetas.
“Era un barrio cañero con un cupo de pacientes muy grande donde
llegué a ver 108 niños en una sola mañana”, explica. Una guerra asistencial en un barrio que casi tardaría una década en tener un centro de salud y donde, como en tantos otros lugares de principios de los ochenta, la heroína causaba estragos. “Recuerdo que fui a presentarme a Antonio Martínez Garay, que era el alcalde entonces, y
cuando le dije que era el nuevo pediatra me pregunto que hasta cuándo”. Y es que la normalidad de aquel consultorio era el turnismo, una centrifugadora de médicos a la que él llegó con ánimo de cambiar las cosas.
“Si puedo, seré el pediatra de aquí hasta que me jubile”, le contestó. Y cumplió.
La cobertura sanitaria de los ochenta en un barrio rural de Zaragoza era compleja: un
consultorio con guardias de cuatro médicos que se turnaban a razón de uno por semana, en las que había que cubrir el cupo de médico general más allá de la especialidad. “Pasamos miedo, vimos a mucha gente caer,
chavales que venían a tu casa a las 4 de la mañana a pedirte algún fármaco y situaciones complicadas que nos hacía tener una estrecha relación con la Guardia Civil”, recuerda mientras lamenta las conocidas palabras de Enrique Tierno Galván, el alcalde de Madrid
que mandó a la juventud a colocarse. Irrumpía en España la libertad y ésta iba a arrastrar a otro tipo de cárceles.
Y es que “el Pedro” no solo fue pediatra sino que también fue vecino.
Vivió ocho años en Casetas y eso le ató en cierto modo al barrio: a sus actividades, sus gentes, la manera cercana y rocera de hablar de los caseteros que con tanto cariño recuerda. Años en los que “la edad” le acompañó para ir moldeándose como
ese pediatra “social” que aprendió “mucho de la gente”, a pesar de los malos momentos o de la escasez de medios de aquel ya extinto consultorio.
El día que dio el pregón de las fiestas patronales de Casetas.
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Enero de 1991 supuso un cambio notable en la vida asistencial de Orós.
Casetas inauguraba su centro de salud: “Las cosas cambiaron mucho con la reforma sanitaria (se refiere a la creación del Servicio Aragonés de Salud en 1989), se dio dignidad a los profesionales y a los pacientes de Casetas”, rememora. Por entonces acababa de volver a vivir a Zaragoza tras unos años en los que incluso se había apuntado a kárate en las actividades del barrio (“nunca he sido muy de bares”). Comenzaba entonces un despegue tras años complicados: “Empezamos siendo tres médicos de Familia y un pediatra; y
para 2008 éramos ya cuarenta profesionales en plantilla”, explica orgulloso de un centro de salud que ha ido moldeando como gerente. Ahí llegó a aquel mayo jubilatorio de 2017,
convertido ya en un referente para caseteros y caseteras, pero también para los vecinos de los pueblos colindantes que tienen este centro de salud como referencia.
¿Y el vivo recuerdo?, ¿y el cariño?, ¿y la nostalgia?, ¿y el agradecimiento? En los últimos años,
‘Pedro el pediatra’ ha sido pregonero de las fiestas, casetero de bandera y padrino de los quintos. “He tenido pacientes de niñas que han sido luego madres de nuevas pacientes mías; ha atendido a tres generaciones”, explica para entender esta especial relación. Pero el paso del tiempo per sé no es garantía de nada más allá que cumplir con las fechas de caducidad. Tuvo que haber algo más. “Supongo que ha sido algo recíproco porque
yo les he apreciado tanto como ellos a mí”, admite sin querer ir más allá de
un recuerdo que sea el de haber sido “el pediatra de Casetas” o (ya saben): “El Pedro”.
Tarea difícil, por escasa. El pasado 19 de enero, la
Real Academia de Medicina de Zaragoza le concedió el Premio al Mérito Profesional a propuesta de los académicos. En redes sociales, el barrio entero se volcó en felicitarle. Eran
felicitaciones honestas, memorialísticas. Sirva como ejemplo: “Enhorabuena Pedro, siempre estarás en nuestro recuerdo por ser tan buen pediatra con mi hijo Antoñito (como tú le llamabas), con aquella caída del árbol que tuvo, estuvisteis ahí todos los días; muchas gracias,
esto nunca se olvida”. Y él contestó, claro, a tales muestras de cariño. Aunque quizá esto no fue otra cosa que continuar con lo que ya dedicó a sus pacientes en 2018:
“Mi alma y mi corazón se quedaron en Casetas”. Nadie protestará en el barrio por engrosar de esa forma el censo de afectos sin telemedicina de un tiempo imborrable.
Durante su discurso al ser nombrado 'Casetero de bandera'.
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Una celebración navideña con los compañeros del Centro de Salud de Casetas en el año 2000.
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