Como presidente del Colegio de Médicos de Málaga reflexiono en voz alta acerca de la situación actual que vivimos los colegios profesionales.
Como bien se recoge en los estatutos de nuestras corporaciones, somos los garantes del ejercicio profesional de la medicina, una enorme responsabilidad que nos obliga a esforzarnos cada día por estar muy vivos.
Un colegio profesional del siglo XXI tiene que ser activo. No vale conformarse con dar respuesta a las situaciones que se vayan generando, sino que hay que crear utilidades a los colegiados y sentirse cercanos.
Como así lo siento, así lo escribo. No resulta fácil, y los que ocupamos responsabilidades colegiales lo sabemos bien. Los colegios estamos cada día asumiendo más ese rol pero aún nos queda mucho camino por recorrer.
Llegar a los colegiados que se encuentran en diferentes ámbitos de trabajo, diferentes especialidades, y diferentes condiciones laborales, hace complejo poder aunar y crear espacios compartidos para potenciar el valor de un colectivo que aunque la sociedad nos vea como gremiales, no lo somos en numerosas vertientes.
Los colegios tenemos que investirnos de evidencias, pruebas que nos permitan poner sobre la mesa desde el rigor y con un lenguaje profesional, que el escenario de la relación entre médico y paciente tiene que estar como espacio cardioprotegido de cualquier injerencia que atente para desvirtuarlo.
Vivimos en cada comunidad autónoma realidades que independientemente del signo político se empeñan en politizar lo profesional y los colegios tenemos que alzar la voz sin vaivenes y sin titubeos para garantizar el ejercicio de la medicina desde el compromiso. Un papel y una responsabilidad en los que no resulta fácil encontrar compañeros externos de viaje.
Ser miembro de una Junta Directiva, es un reto que conlleva desgaste y donde la conciencia del trabajo y el deseo de contribuir a mejorar la profesión son los motores para alcanzar los objetivos y levantar la frente con el orgullo bien entendido de comprometernos en una vocación de servicio y con una gran carga emocional.
A los colegios, como decían los Gestálticos, nos crean un efecto halo, sobre que no servimos y que somos entidades trasnochadas. Esa imagen responde a un cliché del ayer en la mayoría de casos y para contrarrestarlo hay que poner mucho trabajo en el platillo de la balanza. La dedicación, el esfuerzo, la constancia, el tiempo y la pasión son los ingredientes de una receta que a buen seguro logran el tratamiento correcto.
Para todo ello, el trabajo en equipo es fundamental. El presidente tiene que rodearse de un buen equipo, en los que cada uno aporte los valores necesarios para complementarse y ejercer un efecto multiplicativo en los resultados alcanzados.
Hay que saber delegar funciones, y no verlo como una pérdida sino un beneficio en el resultado final.
En todo este entramado los consejos autonómicos y el Consejo General son los escalones que permiten crear el marco global para el desarrollo de nuestras funciones. Muchas decisiones escapan a las competencias provinciales y por tanto el escenario para hacer factibles las mejoras se desarrolla en el ámbito autonómico o nacional.
Pero no olvidemos que las actuaciones en los diferentes niveles organizativos tiene un efecto de feedback en la percepción que los colegiados tienen de su Colegio.
La colegiación universal debe dar paso a nuevos retos. Toda una Organización Colegial fuerte, debe funcionar al unísono, sin etiquetas, donde no haya colectivos profesionales que se puedan sentir de diferentes categorías, y donde la profesionalidad y sobretodo el liderazgo y las ideas basadas en el rigor y la voluntad de servicio, posibiliten un destino de mejora continua que contribuya a que los profesionales en su inmensa mayoría sientan el orgullo de pertenecer a su Colegio.
Un reto donde todos contribuiremos a que sea una realidad.